Muchas personas vienen a consulta quejándose de que ellas mismas o su pareja tienen poco deseo sexual. Socialmente, esto se ve como algo malo, algo que no debería suceder. En definitiva, como una patología. Después de años atendiendo este tipo de problemática, nos hemos dado cuenta de que tras una buena evaluación paciente y terapeuta se dan cuenta de que no es que haya nada malo en ellos o ellas, sino que se están dando una serie de circunstancias que bajan el deseo, pero, lo que más sucede, es que hay detrás unas creencias rígidas y fijadas sobre cómo deberíamos funcionar en el sexo.
Decimos funcionar porque vemos que es así como estamos concibiendo la sexualidad: una máquina que debería ejercer bien sus funciones. Se nos olvida que somos seres humanos, que sentimos, y cuyo cuerpo es muy sensible a lo que sucede tanto a su alrededor como dentro de él. Nos gustaría desmentir con nuestros lectores esos mitos que giran en torno al deseo sexual, cómo creemos que funciona y qué hay de verdad y de ficción en todo eso.
La historia del deseo sexual.
A la hora de estudiar la sexualidad humana, es curioso, pero el deseo sexual ha quedado excluido de las investigaciones para saber más sobre la respuesta sexual humana. Master y Johnson fueron los primeros en investigarla pero el modelo que acabaron desarrollando ha sido muy criticado por ser demasiado lineal, coitocentrista y por no tener en cuenta el deseo sexual. Fue la sexóloga y autora Helen S. Kaplan quien ya lo puso de manifiesto deseo sexual como algo que se tenía que dar antes de todas las fases de la RSH del modelo de los autores previos (Excitación-Meseta-Orgasmo-Resolución). Sin embargo, a nosotras nos parece mucho más interesante el modelo circular de Rossemary Basson, dado que se ajusta más a la realidad de cómo se puede vivir el sexo, es decir, de diversas maneras, entrando en juego numerosas variables y que va más allá de la respuesta genital. Te lo explicamos:
Esta autora propuso que el deseo sexual era algo más bien responsivo, es decir, la excitación puede dar lugar al deseo también, no tiene porqué ocurrir siempre al revés. Es decir, para excitarnos debemos sentir deseo, si no que, a raíz de que nos excitamos podemos sentir deseo. Además, tuvo en cuenta que el deseo puede surgir como resultado de un contexto relacional y emocional agradable, que lo que nos motive a tener deseo sexual es el deseo de tener intimidad con la pareja, compartir emociones, tener esa conexión y transmitir el afecto a través de la sexualidad. En definitiva, va más allá de lo puramente biológico.
Con todo, el esquema que tenemos plantado en nuestra cabeza sobre cómo debe funcionar el sexo está muy en consonancia con ideas rígidas en cuanto al orden, en dividir las prácticas eróticas en correctas e incorrectas y sobre cómo debería funcionar nuestro cuerpo. Todo ello, deja algunas creencias sobre el deseo sexual que no son del todo ciertas. Te contamos algunas.
10 mitos sobre el deseo sexual.
1. El deseo sexual debe ser espontáneo.
Esta fue la primera idea con la que rompió el modelo de Basson. Sin embargo, prevalece la idea de que el sexo ha de surgir así sin más. Sin embargo, para que haya deseo se tienen que dar una serie de circunstancias. Es algo que se cultiva con cariño, compartir experiencias, sentir emociones. Muchas parejas vienen a consulta aquejadas de que han bajado la frecuencia de sus relaciones sexuales. Cuando evaluamos el por qué, no es raro encontrarse con que tienen otros problemas de pareja. Y, claro, no es usual que te apetezca acostarte con alguien con quien estás enfadado.
2. Si no siento deseo es que hay algo mal en mí.
Como si nos tuviera que apetecer siempre, a todas horas. Que el deseo sexual baje es signo de alarma para muchas personas. Como si no fuera “normal” no sentir deseo. El deseo sexual es algo que puede ir cambiando a lo largo de la vida y según las circunstancias que te rodeen. Si estás en una racha estresante, es lógico que no priorices tu deseo. Como venimos diciendo, el deseo no es algo que podamos activar como si se tratara de un botón. Tenemos que ser conscientes de cómo estamos emocional y físicamente y validarlo. Es, precisamente, la presión que nos ponemos por sentir deseo (y con frecuencia y sin querer, la presión que nos pone la pareja en ocasiones) lo que hace que el deseo sexual siga bajando.
3. Los hombres tienen más deseo que las mujeres.
A nivel biológico, puede que así sea. Sin embargo, la biología no es la única que tiene los mandos a la hora de sentir más o menos deseo. Puede variar mucho entre personas independientemente de su género. A los hombres también les afecta lo que pasa en su entorno, lo psicológico y lo social. De nuevo, son quienes más se alarman cuando su deseo cambia, cuando esto es lo que tiende a ocurrir. Por el otro lado, las mujeres también pueden sentir mucho deseo sexual. En toda pareja, siempre hay una parte más deseante que la otra, y no siempre es el hombre (si hablamos de parejas heterosexuales). Esto no quiere decir que la parte que, en comparación con su pareja, tiene menos, no tenga deseo o que su manera de experimentar el deseo sea patológica.
4. Si no me excito es que no tengo deseo.
En este punto, hemos de hacer hincapié en la diferencia entre excitación y deseo. Cuando hablamos de excitación, hablamos de una respuesta biológica: la erección del pene o del clítoris, por nombras las más visibles, pero otras cosas que ocurren también durante la fase de excitación son la erección de los pezones, el enrojecimiento de la piel,… reflejos del cuerpo cuando se excita. A veces, por causas psicológicas (nervios, preocupaciones, etc.) estos reflejos no se dan y lo atribuimos automática y erróneamente, a que no sentimos deseo.
5. Los hombres no pueden refrenar su impulso sexual.
Esta afirmación, además de desacertada, es peligrosa. De ser así, justificaríamos a todos aquellos hombres que acosan, insisten o, incluso, llegan a agredir sexualmente a alguien. Esto no es justificable y estaríamos poniendo por encima este supuesto impulso, dejando de ver todo aquello que también participa, y debe participar, del sexo: la empatía, el afecto, el placer del otro, el respeto por la intimidad del otro, las emociones y, por supuesto, el consentimiento y el consenso, entre otras cosas. El deseo sexual no es un impulso irrefrenable. Tener deseo o no tenerlo no es algo que se elija, pero sí elegimos nuestras conductas.
6. El deseo sexual baja con la edad.
Es cierto que con la edad cambian nuestras hormonas sexuales, pero ponemos esto como mito porque, aunque esto ocurra, queremos incidir en la idea de que cada persona puede vivir el deseo de manera diferente. Porque lo hormonal no es lo único que determina el deseo. Nuestro deseo va cambiando a lo largo de la vida y puede ser por miles de causas. A lo mejor, llevas un ritmo de vida que te hace priorizar otros aspectos o, quizás, hayas cambiado de pareja.
7. El deseo sexual debe ser constante.
La realidad es que no siempre apetece. No se trata de ser una persona con mucho o poco deseo. A veces, se tiene más y, otras, se tiene menos. El deseo es algo que fluctúa y que puede cambiar en cuestión de poco tiempo por diversas variables que pueden estar influyendo en nuestro cuerpo, nuestra mente o nuestro estado de ánimo. Ni la edad ni el género son las variables más importantes. Lo que pasa es que nos gustan las explicaciones sencillas y, en realidad, el deseo sexual no es algo que podamos reducir a una sola explicación.
8. Si no tengo deseo es porque mi pareja no me atrae.
Si crees esto es porque, de nuevo, estás confundiendo conceptos. Por un lado, tenemos el deseo sexual y, por otro, la atracción sexual. El deseo no tiene porqué ir dirigido a nadie en concreto. Sin embargo, la atracción se siente en relación a alguien y algunas de sus características particulares. Puede que una persona te parezca interesante, que algo de su actitud o de su físico te atraiga pero no tienes por qué desear acostarte con ella. Por otro lado, teniendo en cuenta todo lo que puede influir en el deseo, puede ser que tu pareja te siga pareciendo atractiva o “sexualmente atrayente”, pero que no sientas deseo sexual o que este haya disminuido respecto al principio de la relación.
9. El deseo sexual decrece en relaciones largas.
Al igual que el enamoramiento no dura para siempre, el deseo sexual tampoco. Pero, tampoco es que, en una relación larga, el deseo sexual disminuya sí o sí. Si no que este se va transformando y, además, se ve influenciado por todo lo que ocurre dentro de la relación. Por eso, muchas personas confunden el que querer acostarse con otras personas signifique que su pareja no les atraiga. Lo que ocurre es que con esas personas no están teniendo los desafíos o problemas que tienen con la pareja con la que llevan mucho tiempo, básicamente porque con aquellas personas con las que fantasean no ha ocurrido (aún) el conflicto.
10. Si no siento deseo algo va mal en la relación.
Por supuesto, un conflicto en la relación de pareja puede causar que el deseo disminuya. Pero, estamos hablando de un mito, cuando achacamos erróneamente a que algo no está funcionando (ej.: no estoy lo suficientemente enamorado, no soy lo suficientemente feliz,…). Esta creencia nos lleva a pensar que algo no funciona y a llevarte a tomar decisiones precipitadas sin pararte a analizar qué es lo que está pasando.
En conclusión…
Bajo nuestro punto de vista, todos estos mitos vienen de cómo se ha ido investigando acerca de la sexualidad humana. Los primeros estudios fueron muy encaminados a investigar sobre las reacciones biológicas y del cuerpo. No obstante, se nos olvidó incluir todo lo emocional y psicológico. Es importante conocerlos porque cuando tenemos estas ideas interiorizadas y nos las creemos a rajatabla, nos dejamos de escuchar, validar cómo funciona nuestro cuerpo y nuestro deseo cuando, “lo normal” es que funcione diferente.
En definitiva, el deseo sexual es un fenómeno complejo que no sigue reglas fijas y está ligado a muchos más factores de los que creemos. Dichos factores pueden ser el estrés, las emociones o nuestras circunstancias particulares. Por eso, la ausencia de deseo no significa que haya una patología y que no estamos bien.
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Referencias bibliográficas
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