Muchas veces practicamos el arte de engañar a la vida mientras ella transcurre, para no contactar con nuestras necesidades reales
«El cerebro humano no está diseñado para alcanzar la felicidad constante, sino para sobrevivir» (Francisco Mora, neurólogo)
Vivimos en la sociedad de la hiperinformación, en una sociedad que todo lo sabe, que da recetas, que nos bombardea con todo aquello que tenemos que hacer para lograr la ansiada zanahoria: «la felicidad».
Estoy convencida de que, si lo miras con detenimiento, demasiadas veces has hecho lo que te «dicen» que tienes que hacer, has sido lo que te «dicen» que tienes que ser, porque es obligatorio ser “feliz” y se da por supuesto que todos hacemos lo que sea necesario para conseguirlo
Y además te «dicen»: tú puedes. Se ha decidido como sociedad que es ser feliz y que es no serlo. Hay un ejemplo que a mi me hace especial gracia y es que tener una nueva pareja que lo llaman: «rehacer la vida» y entonces ¿a los que no la encontramos que hacemos?
Pero la felicidad es un concepto complejo y subjetivo que puede tener diferentes significados para diferentes personas.
Algunas teorías filosóficas y psicológicas han intentado definir y explicar la felicidad. Por ejemplo, el utilitarismo sugiere que la felicidad se encuentra en la maximización del placer y la minimización del dolor. La psicología positiva se centra en el estudio de la felicidad y el bienestar, explorando cómo las personas pueden aumentar su satisfacción con la vida a través de actitudes, prácticas y actividades positivas.
En última instancia, la felicidad es una experiencia personal y única. ¿Sabes qué te hace a ti realmente feliz? ¿Qué te hace sentirte bien en tus zapatos?
Nadie nos habla de parar escuchar, de preguntarte cuantas de esas zanahorias necesitas de verdad y cuáles no te hacen feliz en absoluto.
Solo hay una manera: sé honesta contigo misma, pregúntate que deseas en realidad y ten el valor de concedértelo.
Puede que te parezca fácil o que ya sabes lo necesitas, yo pensaba lo mismo y la primera vez que me hice la pregunta honestamente, sin condicionantes, sin juicios, me encontré con la sorpresa: «no lo sabía».
Sí, sabía lo que creía que necesitaba: una gran construcción de creencias acumuladas, en experiencias pasadas y afirmaciones que no había puesto en cuestión.
Resultó que no eran reales y lo que realmente me ha dado la satisfacción de estar viva, el gozo de vivir, lo he tenido que ir descubriendo con paciencia, mucho amor a mí misma y escuchándome igual que escucho a mis amigas. No es fácil, pero se puede.
Te doy algunas ideas que quizás te sean útiles:
Para encontrar la felicidad, es importante entender quién eres, cuáles son tus valores, tus deseos y tus necesidades.
Cultiva relaciones significativas. Las conexiones sociales y afectivas son cruciales para la felicidad. Cultiva relaciones saludables con amigos y familiares, y busca conexiones genuinas con otras personas.
Encuentra un propósito. Tener un sentido de propósito en la vida puede brindar una profunda satisfacción. Esto puede ser a través de tu trabajo, tus pasatiempos, tu familia o tu comunidad.
Aprende a apreciar lo que tienes, en lugar de enfocarte en lo que te falta
Cuida de ti misma física y mentalmente.
Vive en el presente, piensa que el pasado solo es una información y el futuro puede ser o no como lo imaginas.
Pide ayuda si la necesitas.
Encuentra momentos para ti, en los que puedas descansas, practicar la meditación, la relajación o la práctica que te siente bien. También puedes simplemente dedicar tiempo al «Il dolce far niente» pero eso sí, sin culpa.
«Todos sentimos que la vida debería ser algo más que una lucha por sobrevivir… Pero cuando nuestra vida carece de amor y de goce, soñamos con la felicidad y corremos en pos de la diversión. No nos damos cuenta de que el fundamento de una vida feliz es el placer que sentimos en nuestros cuerpos» (Alexander Lowen)