Llegó con tres heridas
Con este poema, Miguel Hernández plasmó a golpe de sencillez las tres heridas básicas del ser humano, poema que musicó Joan Manuel Serrat con una gran sensibilidad…
La herida de la muerte
la herida del amor
la herida de la vida
Estas heridas están directamente relacionadas con las tres necesidades básicas del ser humano.
- La necesidad de sentirnos seguras y protegidas
- La necesidad de sentirnos amadas
- La necesidad de sentirnos validadas y respetadas
La primera vez que oí hablar de estas cosas me sobrevino una sensación muy familiar, fue como si estuvieran hablando sobre mí y sobre mi propia experiencia.
De repente, me di cuenta de que albergaba un miedo muy profundo en mi corazón, mucha carencia de amor y una gran necesidad de valoración y respeto en mis relaciones.
«Sentí que no había un suelo bajo mis pies y que todo lo que había construido, podía derrumbarse por completo de un momento a otro»
Pero comprender un poco sobre la naturaleza de estas heridas y cómo se forjaron en mí, me ayudó a ser más compasivo conmigo mismo y con los demás.
Pude ver que en realidad no había nada defectuoso en mí, pero sí, mucho que sanar para poder responsabilizarme de mi propia vida y reconocer que necesitaba ayuda para poder sanar mi cuerpo emocional.
Por esta razón te animo a que sigas leyendo estas líneas y deseo sinceramente que te ayuden a comprenderte un poco más.
La herida de la muerte
Si observamos a los animales salvajes en su medio natural, podemos ver claramente que una cría de ciervo, por ejemplo, nunca podría sobrevivir sin la protección de su manada, porque sin la protección de los suyos pronto caería presa en las garras de un depredador.
Por eso, la necesidad de seguridad y protección es la primera en la escala natural de las necesidades para la supervivencia.
«Salvaguardar la integridad física en primera instancia»
Aunque en las sociedades modernas tenemos esta necesidad cubierta gracias a nuestras familias, nuestros cuidadores o nuestras instituciones, todavía resuena en nosotros el «Eco biológico» de cuando éramos animales errantes en la basta inmensidad de una naturaleza que lejos de protegernos nos exponía a múltiples peligros constantemente.
Nuestra integridad física dependía en primera instancia de la protección de nuestra tribu.
¿Qué consecuencias tiene esto en nuestras vidas?
Cuando siendo niñas no sentimos seguridad y protección, al no disponer de la capacidad defensiva propia de una persona adulta, nuestro sistema nervioso interpreta de una manera automática, que nuestra tribu nos ha abandonado y conectamos con un miedo muy profundo a morir, un miedo paralizante que rememora las experiencias de nuestros ancestros a través de ese eco biológico.
Todo este mecanismo sucede a un nivel totalmente inconsciente y cuando somos adultas, cada vez que la vida nos pone en contacto con una experiencia de inseguridad o peligro, nuestro sistema nervioso nos sumerge en un estado de shock y miedo paralizante, olvidando literalmente que somos adultas y que sí podemos defendernos por nosotras mismas.
«Este miedo en mayúsculas nos conecta directamente con la muerte y el miedo a desaparecer»
Cuando nos sentimos en peligro, nuestro sistema nervioso interpreta que el mundo es peligroso y pone en marcha una serie de respuestas fisiológicas en donde el miedo se convierte en nuestra manera particular de ver y relacionarnos con el mundo y nos quedamos en un estado crónico de alerta, porque cuando nuestro entorno es siempre peligroso y hostil…
¿Qué otra cosa podemos hacer?
La herida del Amor
Dentro de la escala natural de necesidades para la supervivencia , la necesidad de amor y conexión es la que nos nutre tanto a nivel físico a través del alimento, como a nivel emocional a través del afecto, el tacto y la mirada.
Esta necesidad es evolutivamente hablando más propia de los mamíferos que de otras especies y esto adquiere todo el sentido sobre todo desde que Stephen Porges desarrolló la teoría polivagal.
De una manera muy simple, la teoría polivagal nos dice que gracias a miles de años de evolución, los mamíferos hemos desarrollado una rama dentro de nuestro sistema nervioso que nos hace especialmente sensibles para la conexión, el afecto y la capacidad de amar y ser amados.
Dentro del mundo animal, nuestra especie es la que ha desarrollado de manera más notable esta capacidad, aunque a mí me gusta pensar que el amor está en todo como principio organizador de la vida en nuestro hermoso planeta, desde la extensa complejidad de un ser humano hasta la sencillez y frescura de una hermosa flor.
Pero cuando de niñas no recibimos el amor y la conexión que necesitábamos, conectamos con un profundo sentimiento de abandono, apoderándose de nosotras un sentimiento de soledad y tristeza muy profunda.
«Sentimos que no hay nadie al otro lado»
«Sentimos que no hay nadie presente para nosotras»
¿Cómo influye esto en nuestras relaciones?
Saber que hay personas a nuestro alrededor, sintiendo que no están presentes y disponibles para nosotras amorosamente, es como saber que existe una cosa que se llama felicidad pero que nunca podremos llegar a alcanzarla.
Esto es tremendamente doloroso y cuando de niñas tenemos este tipo de experiencias, nos protegemos inconscientemente cerrando nuestros corazones.
Cuando cerrar nuestro corazón fue la única manera que tuvimos para protegernos de ese dolor, empezamos a transitar sin saberlo por los caminos de la soledad y la autosuficiencia emocional, pero cuando al cabo de veinte o trenta años todavía vamos por la vida con el corazón cerrado, tarde o temprano se nos rompe, porque…
«Ningún ser humano puede vivir eternamente solo»
La herida de la vida
A medida que vamos creciendo y nos relacionamos con las personas que están a nuestro alrededor, con nuestros padres, nuestros hermanos y hermanas, nuestros abuelos y abuelas…
Aprendemos en una dinámica de prueba-error-acierto lo que es adecuado o no para nosotras, siguiendo el criterio y los consejos de nuestros padres o cuidadoras.
Gracias a esta interacción aprendemos a relacionarnos con la vida, aprendemos las habilidades y convenciones sociales necesarias para poder relacionarnos con los demás de una manera creativa, saludable, nutritiva y responsable.
Pero cuando nuestras acciones nunca recibieron palabras de aprobación o validación, cuando nada de lo que hacíamos o decíamos era adecuado, empezamos a conectar con un sentimiento muy profundo de indignidad.
Poco a poco vamos armando una herida interna de desvalorización muy profunda que limita enormemente nuestra capacidad para relacionarnos con los demás, mientras resuena una voz en nuestro interior que nos recuerda constantemente…
«Por más que haga o por más que diga, nunca nada es suficiente»
Si además de no recibir valoración alguna, nuestras decisiones o acciones siempre fueron acompañadas de una falta clara de «Respeto», lo que nos ocurre es que forjamos un profundo sentimiento de vergüenza en nuestro interior y nos hacemos literalmente pequeños ante la vida y ante los retos que la acompañan.
De vuelta a casa
Cuando llevamos toda una vida sintiendo miedos, soledad y vergüenza, lo primero que pensamos es que hay algo dentro de nosotras que es defectuoso, pero la verdad es que ni eres defectuosa ni hay nada malo en ti.
En realidad esto es algo que nos ocurre a la gran inmensa mayoría de seres humanos, porque todas somos hijas de una misma humanidad, con sus virtudes y sus miserias.
Nuestros padres recibieron la influencia y el aprendizaje emocional de sus padres y sus padres de sus padres y así sucesivamente generación tras generación…
Pero lo cierto es que si estás aquí es porque detrás tuyo hubo muchas generaciones y muchos seres humanos que dieron lo mejor de sí mismos, para que hoy puedas disfrutar de este regalo que se llama, «Vida»
Ahora tienes la oportunidad de echar abajo los muros que construiste para defenderte de todo ese dolor, porque ahora sí que tienes un poder…
«El poder de tu corazón»
«Ama, ama y ensancha el Alma»