El postparto es de las vivencias más intensas que he tenido, el impacto que tuvo en mi vida que una personita dependiera completamente de mí, los cambios en mi vida cotidiana, el cansancio físico y emocional, la sensación de estar habitando mi mismo cuerpo pero desde otro lugar, hicieron de mi postparto una experiencia única y muy potente.
Durante el embarazo muchas veces imaginé cómo iba a ser la llegada de mi bebé, suponía que iba a ser durillo, pero la realidad superó en mucho la experiencia. Me imaginaba con mi bebé tranquilo en brazos, cansada pero llena de amor, alegre y sabiendo lo que había que hacer, rodeada de un ambiente tranquilo, enamoradísima de mi bebé y como flotando en una nube.
Y sí estuve flotando en una nube pero no como me la imaginé, mi realidad fue mucho más caótica, con los pechos adoloridos y escurriendo leche continuamente, entre pañales, regurgitaciones, dudas y una montaña rusa de emociones, llorando mucho y estando mucho más sensible de lo que pensé.
Contacté con una parte muy animal mía, me sentía como una loba o leona cuidando de su cría, asombrándome de mi fuerza, poniendo mi cuerpo a disposición de mi hijo, para acunarlo, olerlo, tocarlo, sentirlo; y al mismo tiempo sintiéndome vulnerable y pérdida de mí misma.
Pocas mujeres me habían compartido su experiencia de posparto, había escuchado mucho del cansancio, de que te cambia la vida, etc. pero, en mi experiencia, pocas mujeres me habían hablado de lo brutal de convertirse en madre, de todos los cambios físicos y emocionales con los que te topas, de lo duras que son las primeras semanas cuando das pecho.
Una de las cosas que más me impactó fue la sensación de falta de reconocimiento de mi hijo, es decir, compaginar la imagen del hijo imaginario que yo me había hecho con el hijo real que tenía enfrente, me costó unos días o quizás un par de semanas. Mi hijo imaginario no lloraba tanto, dormía mejor, se calmaba en cuanto lo tenía en brazos e incluso yo me imaginaba como una mamá con un instinto maternal super desarrollado, que sabía exactamente qué hacer, cómo actuar. Pero cuando tuve a Alain en mis brazos, a ese ser que esperaba con tanto amor, me resultaba de cierta forma un desconocido.
Durante las primeras semanas, mi sensación era como la de vivir en un mundo alterno, en donde el tiempo tomaba otra dimensión, las noches en ocasiones se hacían eternas y los días parecían muy cortos para hacer todo lo que quería. Muchas cosas las hacía en automático y me costó varias semanas regresar a la sensación de estar en mí o de ser YO otra vez, aunque ciertamente después de tener un hij@ no vuelves a ser la misma.
Mi vida empezó a girar por completo alrededor de las necesidades de otro ser, y eso contribuía a la sensación de vivir en un mundo alterno, como en una burbuja, en donde la vida que pasaba a mi alrededor tenía otro ritmo. En las primeras semanas no había horarios claros ni rutinas, todo era un poco caótico, dormía y comía cuando podía, ducharme y arreglarme un poco era todo un reto. Muchos días tenía la sensación de no hacer otra cosa más que darle el pecho, las tomas eran largas y cuando estaba dormido y sentía que podía tener un momento para mí, siempre había cosas que hacer.
Cuando te conviertes en madre te deconstruyes, se crea otra identidad como mujer, aparece en tu vida de golpe el rol de madre, y aunque yo lo sabía a nivel intelectual y pensaba que estaba preparada, la experiencia me sorprendió y muchas veces extrañaba la mujer que solía ser, la libertad que tenía antes, mi vida de antes. Es como pasar un duelo, dejas atrás la mujer que eras para sumar ahora la maternidad a tu vida.
Y es curioso, porque a pesar del cansancio, del cambio brutal en tu vida, de todas los altibajos emocionales por los que pasas, de la pérdida de tu vida anterior, en mi experiencia, no cambiaría por nada el convertirme en madre, ha sido una experiencia transformadora, que ha enriquecido mi vida en muchos aspectos, de gran aprendizaje, crecimiento y de sentir un amor como nunca antes lo había sentido.