Nunca pensé en ser madre y estar lejos de mi país, de mis padres, de las personas que me han acompañado la mayor parte de mi vida, lejos de mis costumbres, de mi comida, del clima en el que crecí, lejos de mis raíces. Pero como se dice, sabes donde empiezas más no donde terminas, el vivir en otro país es una experiencia que enriquece mucho pero que también tiene su lado complicado.
Cuando te conviertes en madre tener una red de apoyo es muy valioso porque te ayuda a sentirte sostenida, contenida, y eso te da mucha fuerza y confianza en ti misma. Tener cerca a las personas más importantes para ti a las que quieres, con quien has compartido gran parte de tu vida lo echas mucho de menos cuando estás lejos, se vuelve una añoranza muy presente, sobre todo en esta etapa vital.
Por lo mismo, en mi maternidad tener lejos a mi familia y amigos ha sido difícil, me gustaría compartir con ellos la crianza de mis hijos, que los vean crecer en el día a día, formen parte de su cotidianidad, que los abracen, los besen, ellos puedan crecer con ellos. Me duele que mi mamá y papá no hayan estado cuando mis hijos dieron sus primeros pasos, que no vean crecer a su nieto de cerquita, ni formen parte de su vida cotidiana, de su día a día, me duele que no estén en sus cumpleaños, no estar en el de ellos, que mi hijo no tenga más recuerdos de convivir con sus abuelos y con mi gente. Echo en falta compartir con mis amigas consejos, reflexiones, tips, vivencias, la maternidad de una y de la otra, que nuestros hijos crezcan juntos.
Por otra parte, cuando llegas a vivir a otro país el choque de culturas hay que acomodarlo, encajarlo. Poco a poco vas aprendiendo otros códigos sociales, otra forma de ver y vivir la vida, de solucionar y hacer frente a diferentes situaciones. Puede pasar incluso que la imagen que tienes de ti misma, tu autoconcepto se vea modificado, parte de ti se reinventa para poder encajar en una sociedad y cultura diferentes a la tuya.
Cuando eres madre y eres de fuera, además del aprendizaje que supone la maternidad, tienes que acomodar este código que es diferente al tuyo, los usos y costumbres que no son por completos tuyos, que son en ciertas cosas diferentes a los que conoces y con los que creciste, te reinventas también como madre para poder encajar y criar en una cultura que es diferente a la tuya, conservando al mismo tiempo la esencia de quien eres.
Y a pesar de todo y aunque cada vez menos, a veces me pasa que algo de mi se siente ajena a este país, muchas de las vivencias y recuerdos significativos de aquí yo no los comparto. Es una sensación extraña saber que mis hijos van a vivir rodeados de estas vivencias, olores, clima, entre muchas otras cosas que a veces me resultan ajenas.
Pero finalmente, mi vida y mi maternidad se han visto enriquecidas por la suma de culturas, puedo decidir con más conciencia qué tomo y que no tomo de una y de otra, puedo ser más consciente y sentir cómo la cultura en la que crecemos nos atraviesa y repercute en la imagen de nosotros mismos y de la forma de entender y vivir en el mundo.
Mis hijos van a crecer sintiendo mis raíces, mi linaje a través de mí, de lo que yo le transmita, compartiendo con él mis tradiciones, mi comida, parte de los olores con los que yo crecí de niña. Creo que es algo muy positivo que puedan crecer con la suma de dos culturas, de dos historias de países, con linajes de diferentes partes del mundo, siento que los va a enriquecer mucho, que les va a ayudar a ampliar su visión de lo que es el mundo, del cómo se entiende la vida, para más allá de ser ciudadano de un país, ser ciudadano del mundo.