Son muchas las personas que durante gran parte de su vida reprimen, niegan, ocultan sus propias emociones, alejados/as de lo que sienten, de quien son en realidad. Muchas veces en consulta, las personas que llegan están en una desconexión de lo que sienten en realidad, han puesto capa sobre capa para evitar sentir aquello que les genera malestar, dolor, han aprendido que es mejor no sentir ciertas emociones pues es la forma que han encontrado para hacer frente a la vida, aunque el resultado es no estar en contacto con lo más profundo de su ser y por lo mismo sentir un gran malestar en la vida.
Al negar nuestras emociones, negamos una parte esencial de nuestro ser, perdemos mucha información que nos ayudaría a tomar mejores decisiones, a vincularnos desde un lugar más real y honesto, se nos van oportunidades de sentir plenitud, de desarrollar todo nuestro potencial en todos los sentidos, incluso a nivel intelectual.
Esto se da porque seguramente desde que somos pequeño/as las emociones fueron reprimidas, negadas. A lo mejor en nuestra casa no nos dieron oportunidad de enfadarnos, de sentir miedo, de estar tristes, y las emociones que eran bien recibidas eran solamente la alegría, la felicidad, aquellas que son socialmente más aceptables. Tal vez escuchamos muchas veces “no te sientas triste, no es para tanto, te vas a sentir mejor si dejas de llorar, te ves mucho más bonita si no lloras”, o “no te enojes que te ves feo/a, no tengas miedo, se valiente, se fuerte” y un largo etcétera.
Y cuando se tienen hijos/as cómo podemos enseñarles la importancia de sentir, de que todo lo que sienten está bien y que el truco más bien es cómo le damos salida a eso que sentimos.
Tal vez cuando nuestros/as hijos/as se emocionan con algo nos podemos llegar a asustar, nos descontrola, nos incomoda, nos saca de nuestra zona segura, no sabemos cómo manejarlo y terminamos por quitarle importancia. Les pedimos que salgan de la emoción que a nosotros/as nos genera malestar, no somos capaces de acompañarlos, de validar lo que sienten, no les ofrecemos estrategias o formas para que puedan dar salida a sus emociones, para que se puedan expresar.
Si están tristes, nos cuesta mucho acompañarlos a que sientan su tristeza, dejarlos que lloren, que se expresen, aunque sea por algo que para nosotros puede llegar a ser una tontería, pero para ellos/as es importante. Finalmente, no somos capaces de empatizar y seguimos repitiendo los mismos discursos, los mismos patrones que se transmiten de generación.
Y esto es totalmente comprensible, es muy difícil dar algo que no nos dieron, que no nos enseñaron, cómo podemos acompañar a los niños en sus emociones si nosotros/as no somos capaces de lidiar con las propias, cómo podemos ayudarles a identificar lo que sienten si nosotros no reconocemos como nos sentimos, cómo podemos validar sus emociones si nosotros tampoco nos permitimos sentirnos tristes o enfadados e inmediatamente queremos dejar de sentirnos así, cómo les podemos enseñar formas adecuadas de expresión y gestión emocional, si cuando nos enojamos somos violentos hacia los otros o hacia nosotros mismos, si cuando nos sentimos tristes no dejamos que las lágrimas corran por nuestra cara, si cuando sentimos miedo o nos sentimos vulnerables lo ocultamos y lo negamos.
Por todo esto, si queremos que nuestros hijos/as sepan gestionar mejor sus emociones, sería interesante empezar por hacer un trabajo interno con nosotros/as mismos/as, empezar a reconocer y trabajar con lo que sentimos. Y más allá de todo lo que podamos transmitirles a nivel verbal, tener presente que lo que les transmitamos en el contacto piel con piel, en el lenguaje no verbal, en lo que no se ve pero se siente va a ser de vital para que aprendan que sentir está bien, que cualquier emoción es bienvenida, a conocer las cosas positivas de cada cosa que sienten.
Si desde pequeños/as les enseñamos a estar en contacto con lo que sienten, les damos la posibilidad de hacer frente a la vida con mayores recursos. En lugar de reprimir, negar u ocultar las emociones, podemos hacernos conscientes de ellas y encontrar formas para darles salida. De esta forma, fluirán mejor con ellas, se conocerán mejor, se sentirán más seguros y con confianza en la vida. Al fluir con ellas, no se quedarán atascados en una situación que les provoque malestar o dolor emocional, sino que podrán soltar con mayor facilidad.
Pueden aprender que si sienten miedo, es importante que se escuchen, que no se forcen a hacer algo que no quieren y al mismo tiempo buscar algo que les genere seguridad; si sienten tristeza pueden contactar con la suavidad, llorando pueden encontrar de nuevo la tranquilidad; si sienten enojo pueden contactar con toda la fuerza, con toda la energía que conlleva y utilizarla para construir en lugar de para destruir.
Acompañar a los niños/as en sus emociones no es tarea sencilla, no es agradable ver a tu hijo/a llorar, sentirse mal, no es fácil lidiar con los berrinches, con su ira, con su rabia, con ese volcán que llevan dentro, no es fácil ver que tienen miedo, que se sienten inseguros/as, que sienten envidia, celos y muchas muchas cosas más Nos gustaría verlos siempre felices, alegres, pero esto es un ideal, no es real. Y aunque no sea tarea fácil, como sus padres y madres es un regalo de por vida que les podamos dar, validar sus emociones, que sepan que sentir está bien, que son aceptados y queridos con todo lo que son, a pesar y con todo lo que sienten.