El problema y el fracaso de las relaciones de pareja se debe a que las personas eligen a las parejas en función de si les gusta alguien en vez de si les conviene. Son cuatro los elementos importantes: la sexualidad, la compatibilidad de caracteres, los valores y tener un proyecto en común. La falta de ilusión por compartir conduce a la búsqueda de alicientes externos que actúan en detrimento de la estabilidad de la relación. Quien se aburre no desea la compañía del otro; cuando la presencia no deseada se torna permanente, llega a resultar tan incómoda que crea distanciamiento y puede provocar aversión física. Este tedio se produce por falta de distracción y diversiones; para evitar el cansancio se debe eludir la rutina haciendo cosas por separado y procurar hacer cosas distintas cuando estén juntos.
Otros de los problemas que se dan, sobre todo durante la convivencia, son la saturación, la sensación de saciedad, de aguantar cosas que no queremos durante más tiempo del que podemos. Para que la pareja funcione, debe construirse una convivencia de calidad; hay que saber lidiar con: los problemas personales, los problemas personales de la pareja y los conflictos que se crean en la relación. Saber manejar estos tres tipos de conflictos repercutirá en la duración y estabilidad de la relación. Cada uno tenemos una forma de resolver los problemas, y nos diferenciamos por el tipo de soluciones que buscamos. Siendo las personas maduras aquellas que analizan objetivamente lo sucedido y plantean estrategias de solución adaptadas a sus fuerzas, a la magnitud del problema y al resultado que quieren obtener.
Tener un carácter maduro ayuda a buscar soluciones buenas; hacemos las cosas en función de cómo somos y somos consecuencia de lo que hacemos. En cambio, alguien neurótico desenfoca el problema, adjudica culpas y responsabilidad a los demás y espera que resuelvan por sí solos o como a ellos les conviene. Es bueno, por tanto, preguntarse y hacerse responsable de las situaciones reflexionando por qué aguantamos, por qué nos afecta tanto dichos problemas y si sufrimos o nos angustiamos por lo que nos hacen o por la forma de vivirlo.
Es imprescindible saber que lo que ocurre nunca es cosa de uno, es responsabilidad de dos y que somos responsables del problema y también de la solución. En lo referente a los problemas de la pareja es saludable buscar soluciones consensuadas. Y mostrar autocrítica, reflexión y aprendizajes. De las malas experiencias se producen beneficios psicológicos si son bien asimiladas y se sale reforzado de la relación.
La pareja funciona dependiendo de la madurez, inmadurez o neurosis de las dos personas. Existen tres grandes posibilidades: madurar y convertirse en una que se enriquece recíprocamente; neurotizarse hasta la destrucción o separación; y evolucionar por caminos distintos hasta que sea inviable la relación. Cuando se termina una relación es importante analizar por qué se ha terminado, cómo me puedo reponer y qué debo cambiar, y cuáles fueron mis errores para mejorar mis relaciones futuras. La felicidad depende de que se cubra nuestra necesidad de amar y de ser amados, y, por tanto, de la forma en que nos vinculamos sentimentalmente, ya que estos factores influyen en la autoestima y en el equilibrio psicológico. Hemos incorporado el amor como fuente de felicidad y por eso es importante saber que dentro de las relaciones existen conflictos e insatisfacción que deben resolverse.
En el amor todo es significativo, los detalles suman y los olvidos restan. No podemos pedir más de lo que damos. Hay que procurar sumar mucho y restar poco. Esto es fundamental para que las parejas no se desprecien, ya que, por el principio de habituación y saturación, se integran fácilmente las vivencias gratificantes, pero igual de rápido tienden a perder importancia y nos habituamos a ellas dándolas por descontado y quitándoles valor. Tendemos a despreciar lo bueno conocido porque es fácil acostumbrarse. Por eso muchas personas solo valoran a su pareja al perderla o compararla con otra. Hay que procurar que acostumbrarse a lo bueno no acabe por resultar malo. Además, las personas se desbordan cuando se saturan, de ahí que lo malo cada vez parece peor. Con el tiempo los valores de nuestra pareja dejan de verse y sus defectos aumentan. Por eso encontramos más atractivas a personas que no conocemos, que aún no están sometidas a la saturación y solemos idealizar.
Toda convivencia deteriora la calidad de los afectos. Por consiguiente, se sufren crisis en las que se plantea la convivencia. Depende de cómo se afronten estás crisis para que sigan juntos o vayan a la disolución.
El sufrimiento es consecuencia de las vivencias negativas que no se han integrado adecuadamente; esto surge cuando uno se evade al no ser capaz de aceptar el dolor y entonces este se prolonga y puede volverse crónico. En el sufrimiento productivo la persona acepta el dolor y lo convierte en motivación para comprender lo que ha sucedido, gracias a esto busca soluciones y deja de sufrir.
Elegimos el comportamiento de enfrentarnos al sufrimiento; somos el protagonista de nuestra destrucción o de nuestra evolución positiva, pero para estas decisiones intervienen muchos elementos a nivel consciente e inconsciente e influyen nuestra educación, nuestros patrones y modelos de interacción aprendidos.
Si somos capaces de aceptar la situación, podremos crecer y madurar. La madurez es el resultado de la asimilación positiva de las experiencias gracias a la capacidad de aplicar un sufrimiento productivo.
Estas experiencias propician tomar conciencia de que la persona se está ayudando a sí misma, experimenta que se libera del sufrimiento y lo convierte en crecimiento, madurando y sintiéndose más segura.