Lo primero que se me vino a la mente tras el «despertar» de consciencia, fue: «Tengo miedo de descubrir cosas de mí que no me gusten y de sentir deseos de salir corriendo en cualquier momento…»
¿Esto que implicó para mí? Abrir la mente. Entender que los demás están igual de muertos del susto que yo (o peor). Esto me sirvió para verme en el espejo como una eterna aprendiz, como alguien en un camino evolutivo hacia la humildad.
Con ayuda de las sabias palabras de la coach Herminia Gomà, a mis 29 años de entonces por fin capté qué es la madurez, es elegir libremente y llevarse las consecuencias y, por supuesto, disfrutarlas, porque forman parte de una elección que nadie me impuso. Ese famoso discurso de «es que yo soy así y nadie me puede cambiar» (porque siempre he sido así, porque así nací, o porque me parezco a mi padre o al familiar que sea) no es más que una excusa para aquellos que no se atreven a ponerse de frente a sus sombras (claro, decir que están en el ADN es lo más fácil).
¡Pues no! Todas nuestras conductas o reacciones son decisiones. Yo decidí no hacer más el papel de víctima y tomar las riendas de mi vida haciendo siempre lo que mi corazón me dice, a pesar del miedo, a pesar de todo…