Pamela Meyer, experta en detección de mentiras, a quien tuve la oportunidad de ver en una TEDTalk, asegura que al día mentimos cerca de unas cien o doscientas veces, como algo natural. Según ella, deseamos ser mejores parejas, más inteligentes, más poderosos, más guapos, más ricos y un largo etcétera y la mentira nos ayuda a llenar los vacíos entre nuestros deseos y la realidad.
Lo que Pamela quiere decir, es que mi ego busca responder a un ideal y miento para satisfacerlo. Comienzo diciendo pequeñas mentiras y termino con grandes fantasías, que al final me creo. Por ejemplo, yo siempre quise ser la más inteligente de mi clase y decir que »no soy persona de números» me ayudó a llenar el vacío, ya que no obtenía buenas calificaciones en matemáticas. Seguramente no soy la única, a muchas generaciones nos marcó este discursillo tal vez porque no tuvimos quién despertara nuestro interés en los números y quizá éramos John Nash en potencia.
Por muchos años me creí anti números y me lo dije tantas veces, que me convencí de ello, al punto que escogí una carrera profesional que fuera enteramente de letras. Hoy, tras casi una década de haberme graduado de la universidad y gracias a un trabajo que me obligó a llevar las riendas de un programa de marketing (con finanzas incluidas), puedo decir que los números no son del todo indiferentes para mí y que de hecho, me gustan.
Es que somos cabezotas… mantenemos esas creencias cuando ya no tienen validez (o quizá nunca la han tenido)… estas mentiras que a veces nos decimos a nosotros mismos se deben, entre otros motivos, a un fenómeno que se llama »disonancia cognitiva» y que ha sido ampliamente estudiado por los psicólogos. Y así, como fantasmas que nos poseen, las mentiras nos envuelven y una vez empezamos, no podemos parar.
Mentirnos es una manera de justificarnos, de esquivar nuestras sombras, de evadir vernos al espejo y ponernos de frente a lo que nos da miedo (por aquello de la »resistencia al cambio») y a lo largo de la vida lo hacemos una y otra vez, hasta ya no percibirlo.
Aunque ya perdí la cuenta de mis autoengaños, en mi caso la ventaja es que ahora soy consciente de ellos. Como parte de mi proceso de desarrollo personal decidí sincerarme conmigo misma en todos los aspectos, sentarme un día y pensar mis fortalezas y debilidades, mis oportunidades y retos, y, sobre todo, los pasos a seguir. Escribí, dibujé MIS VERDADES y las enfrenté. No quiero envejecer pensando que pude haber hecho algo y no lo hice, o que me autoconvencí de algo que a la larga no era tan cierto…
Puede ser un proceso insoportable, pero al final, reconforta.