Esta es una entrevista realizada a Ana Martínez, psicoterapeuta humanista, formada en Constelaciones y Terapia Gestalt, y experta sanación del trauma, para hablar sobre la capacidad para amarnos y amar a los demás. Tuvo lugar en el 2018 en un encuentro fluido, cómodo y nutritivo. Podéis ver el vídeo aquí.
Os comparto las ideas más relevantes de nuestro encuentro en este artículo:
La oportunidad del dolor del trauma
El amor es el pegamento, lo que nos une. Es lo que nos hace crecer, evolucionar y buscarnos, ya que cuando nos buscamos y nos relacionamos con el otro, es cuando tenemos la oportunidad de vernos.
Cuando hay una herida y dolor, el cuerpo entra en movimiento para sanarse, de modo que es necesario que haya desequilibrio para que haya vida. Sólo hay vida en el movimiento.
Las heridas del corazón pueden entenderse como traumas.
Los condicionamientos de la infancia marcan nuestras reacciones de adulto. Por ejemplo, situaciones de la infancia en las que hemos buscado el cariño y el amor de nuestros padres (como un abrazo) y nos hemos sentido rechazados de forma continuada, es muy posible que hayamos aprendido a evitar la búsqueda del amor porque lo asociamos al dolor. Sin embargo, necesitamos amor como necesitamos respirar, pero como lo asociamos a dolor, se produce un cortocircuito interior.
Con los años se conforman diversas partes internas, una que dice “necesito un abrazo” y otra que dice “los abrazos duelen”. Todas esas partes tienen una voz y son las que nos hacen vivir el conflicto interno. Esas voces nos hacen entrar en desequilibrio y también nos ayudan a movernos, para buscar el equilibrio.
Cuando nos quedamos atascados pensando que la solución a nuestras necesidades viene de afuera, viene del otro, estoy vendido, porque dependo de la otra persona. Pero si a pesar del dolor, puedo entender que en gran parte depende de mí, me llegaré a sentir bien, porque por lo menos podré hacer algo. Sentirnos impotentes es algo que llevamos muy mal los seres humanos.
El dolor es dolor, y por suerte, todo lo que sentimos se transforma excepto lo que encapsulamos, lo que queda congelado en el tiempo. Los recuerdos encapsulados contienen dolores que esperan sanarse.
Sanando el dolor
Si acojo mi dolor y hago algo con él, como bailarlo, pintarlo, respirarlo, gritar, etc., llega un momento que ese dolor se va transformando.
Una de las actitudes que más sana es acoger las situaciones tal y como son. Tenemos miedo al dolor, sin embargo, estamos hechos para soportar el dolor. El dolor abre el corazón porque todo lo que sentimos está en el corazón.
Hacerse cargo del niño interior, perdonándonos en nuestros errores, con cariño cuando metemos la pata, es algo muy sanador, es amor a uno mismo.
La depresión es cuando no podemos afrontar algo muy doloroso, y el cuerpo dice, “yo no puedo aguantar este dolor” y es cuando entramos en un estado de menor sentir. Desde ahí es difícil salir, es por ello bueno tener un apoyo externo para poder mirar qué está ocurriendo y salir.
Sé que estoy amando cuando tengo ganas de acercarme, de unirme con el otro, es una sensación que emerge del corazón a abrirse. Cuando no amamos, nos encogemos y nos alejamos.
Cuanto más herido estás, más continúas haciéndote daño. Si asocias amor a dolor, abrazos a dolor, no dejaremos que nos den abrazos y nos haremos más daño, ya que la necesidad de contacto y amor es intrínseca a nuestra naturaleza. En consecuencia, la dolorosa solución será aceptar que podemos vivir sin abrazos, lo que nos llevará a desconectarnos de nuestro sentir y necesidades.
Aprender a amarnos pasa por ver nuestras heridas para sanarlas y cuidarlas, reconociendo nuestras necesidades físicas y emocionales.
En todo proceso de sanación, es necesario que haya una parte de valentía, una voluntad de querer estar bien, una intención de autocuidado. Cuanto más heridos, más necesitamos que alguien desde fuera nos ayude a empezar a cuidarnos. Cuanto más pueda ver mi herida, si es que realmente la puedo ver, más podré acogerla, sentir el dolor y a partir de ahí, empezaré a sanarla. Es desde este punto que seré capaz de sentir que soy merecedor de un abrazo, de cariño, de amor.
En el momento en el que puedo verme con amor, se libera la capacidad de amarnos.
El amor y el sacrificio
Si para recibir amor me tengo que sacrificar y dejar de hacer algo que es bueno para mí, entregando algo que es mío, entonces me estoy lastimando. A veces se oye: “por tu culpa yo estoy mal, con lo que he hecho por ti”. Si para que tú estés bien yo tengo que estar mal, estamos atentando contra nuestra integridad. Esto no tiene nada que ver con el amor.
Si partimos de la premisa que “para recibir amor me tengo que sacrificar” significa que si no me sacrifico no soy merecedor de lo que me pueden dar sin sacrificarme. De modo que seguimos creyendo que para recibir algo, un abrazo, tengo que hacerme daño.
El amor y el egoísmo
Existe otro concepto erróneo sobre el amor propio y el egoísmo. Nos enseñan esta idea de que si te amas a ti mismo eres egoísta. A veces es más doloroso permanecer en una situación para mantener la fiesta en paz, que salir; si yo hago lo que verdaderamente es bueno para mí, también será bueno para el otro aunque le cause dolor. Lo más honesto es irse de una situación (relación) en la que no estamos bien.
Aprendiendo a amar
Hacerse cargo de uno mismo es uno de los primeros pasos de aprender amarnos a nosotros mismos.
En el amor no hay juicio, cuando esta parte crítica interna se sana, acalla su voz. Con menor juicio se produce un descanso de la exigencia de esa voz. A medida que dejamos de juzgar y juzgarnos aumenta nuestra capacidad para amarnos y amar.
Tenemos modelos del amor que nos hacen daño, como el concepto de medias naranjas o el amor romántico. En estos conceptos buscamos en el otro lo que nos falta para completarnos. Sin embargo, lo bonito es crecer junto a otra persona en la que me refleja aquellas partes en las que no me estoy amando, y el otro me brinda la oportunidad de verme para sanarme y amarme más. Sólo, claro está, si estoy dispuesto a verme y a construir una relación honesta y adulta, en la que uno se hace cargo de lo que le pasa y no de lo que le pasa al otro.
Sólo podemos vernos a través del otro, que actúa como un espejo. De modo que es a través de la relación con el otro que aprendo a amarme a mí mismo.
Aprender a amarse es aprender a respetar los propios ritmos naturales internos, y no exigir lo que no podemos hacer en un momento dado. No podemos amarnos desde la exigencia de amarnos.
El amor se manifiesta a través de la capacidad de aceptación, de no juicio, de apertura de corazón, es sentir las ganas de acercarme y unirme con el otro.