“Todo lo que pasa en el cuerpo, pertenece al aquí y ahora”
Conectar con el cuerpo para mí ha sido siempre un desafío. Nunca fui de mucho baile, aunque nací en un país donde nos encanta bailar (en broma decimos que nos bailamos hasta los anuncios) y tampoco de mucho ejercicio. Según mi punto de vista, las disciplinas deportivas que me ofrecía el colegio no eran muy agradables y las clases de educación física nos exigían rendimiento sin ningún tipo de guía o consideración. Así que las pruebas de velocidad, resistencia, agilidad y coordinación, eran en mi caso, toda una pesadilla.
Fue así como con el paso del tiempo me convertí en una de las “flojas” o perezosas del colegio. En el recreo, mientras mis compañeras jugaban baloncesto o voleibol, yo me tumbaba en el pasto a dormir o a conversar con mis amigas. Fuera del entorno escolar lo intenté todo: tenis, natación, patinaje, bicicleta, pero nada, absolutamente nada, lograba que yo conectara con mi corporalidad.
Años más adelante, experimenté con el gimnasio. Aunque vi resultados, comencé a aburrirme de las mismas máquinas, rutinas y hasta canciones. Me daba tedio plantarme 3 horas a pedalear o a caminar sin ton ni son. El entusiasmo por el “fitness” me duró 6 meses, entonces lo dejé.
En esta clase del máster con Víctor Ángel de Inner Sense conocí el yoga. Ya lo había oído nombrar, por supuesto, pero no me había atrevido a practicarlo. La respiración (y el control de la energía a través de ella) es el elemento clave de esta práctica, ya que el ser humano es la única especie que puede ejercer este proceso de manera voluntaria.
El chiste del yoga consiste en aquietar el cuerpo para aquietar la mente. Yo personalmente exploré el Hatha (asanas o posturas para movilizar la energía), ya que soy de las personas que buscan una actividad física dinámica (por sentir como que estoy haciendo “algo”).
Más adelante, y como resultado de un compromiso conmigo misma, en un estudio de yoga de la calle Verdi de Barcelona encontré la manera de conectar con el valor del BIENESTAR, que es tan importante para mí, y comencé a practicar una vez a la semana, con toda la intención del caso. Definitivamente, ir a mi propio ritmo y no forzar a mi cuerpo era lo mío…
Al principio me caía, me dolía todo o no lograba concentrarme, estaba muy pendiente de la práctica de los demás. Poco a poco comencé a entender en qué consiste la “no violencia” (ahimsa) que predican los yoguis: abstenerme de actuar en perjuicio de alguien o de mí misma, tomando una actitud de pasividad o no-acción. Esto se traduce en que si no puedo hacer una postura, no me obligo a hacerla, o si el dolor aparece, paro la práctica… en pocas palabras, convertir mi “ser” completo en postura.
Siguiendo esta filosofía y poniendo todo mi empeño en cada sesión, con el tiempo empecé a notar más flexibilidad, concentración y equilibrio, hasta que fue la hora de regresar a Colombia donde prometí continuar con la práctica y así ha sido durante un año.
Al otro lado del Atlántico, por cuestiones del bolsillo comencé con el yoga de gimnasio, que vale decir, no es igual que el de un estudio. Aunque me gustaría que tuviera un toque más espiritual, lo complemento corriendo en la cinta, lo que me mantiene más en forma y me permite experimentar en primera persona la sabiduría del cuerpo.
Foto: http://www.yoga-yogabcn.com/