El modelo de cuerpo canónico, que sólo valida los cuerpos normativos, ha sido una herramienta de exclusión y opresión para quienes no encajan en sus parámetros. Esta norma estética celebra la juventud, la delgadez, la perfección física, y deja fuera a aquellos que no se ajustan a ese ideal, especialmente a quienes atraviesan enfermedades graves como el cáncer. Los cuerpos enfermos, marcados por el sufrimiento y el tratamiento médico, son invisibilizados o tratados con lástima, pero nunca celebrados o reconocidos como cuerpos dignos.
La importancia de cuestionar este modelo radica en que la enfermedad, y más concretamente (por el bien de este artículo) el cáncer, afecta no solo la salud, sino la relación que una persona tiene con su cuerpo. La quimioterapia, por ejemplo, altera la apariencia física con pérdida de cabello, cicatrices y pérdida de peso o hinchazón. En lugar de recibir apoyo para enfrentar estas transformaciones, quienes atraviesan estas condiciones se enfrentan a un doble estigma: el del cuerpo enfermo y el de no cumplir con los estándares estéticos dominantes. Esto no solo afecta la autoestima, sino que también profundiza el aislamiento emocional.
Criticar el cuerpo canónico es urgente para desmantelar la idea de que solo ciertos cuerpos merecen ser visibilizados y valorados. Reconocer la diversidad corporal, incluyendo los cuerpos enfermos y en tratamiento, es una forma de resistir la presión social que prioriza la apariencia sobre la experiencia humana.