Cuando hablamos de regulación emocional, es esencial destacar su importancia en los más pequeños. Entendemos por regulación emocional la capacidad para manejar las emociones de una forma saludable y adecuada, es decir, tomar consciencia de lo que sentimos, lo que pensamos y cómo actuamos ante un hecho determinado. Desde las edades más tempranas, los niños/as comienzan su viaje hacia la autoexploración y el descubrimiento de sus emociones. Este viaje puede ser muy difícil, ya que están en proceso de construcción, están aprendiendo a relacionarse con el mundo y los demás, al mismo tiempo que se van surgiendo situaciones que no prevemos y que por supuesto, en muchas ocasiones no podemos controlar. Como progenitores nos preocupamos de enseñarles valores, ciertas actitudes ante la vida o comportamientos que consideramos importantes, pero ¿qué pasa con las emociones? Poco a poco la situación se va modificando y empiezan a aparecer talleres, charlas, cursos o incluso algunas clases en el colegio sobre el tema, pero resulta fundamental que como padres igualmente les ayudemos en la correcta identificación de sus emociones y cómo gestionarlas o regularlas.
Los beneficios que les va a aportar esta habilidad influirán decisivamente en su futuro, en las decisiones que tomen, las relaciones que establezcan, afectará a su rendimiento académico y a su bienestar general. Para alcanzarlo es clave que nosotros como adultos conozcamos también qué ocurre en nuestro interior, si somos capaces de identificar cómo nos sentimos, razonar ante ese sentimiento o emoción y abordar la gestión de una forma eficaz y adaptativa.
Si crees que podemos ayudarte sobre el tema, por favor sigue leyendo. A continuación, plasmaremos algunas estrategias que consideramos que os pueden ayudar en este proceso y cerraremos con un caso real que ejemplificará lo tratado en el post.
- El primer paso es saber identificar la emoción. Podéis empezar trabajando con vosotros mismos, atendiendo a las emociones que os puedan surgir en un día. Algunas emociones son más fáciles de identificar como la alegría, la rabia o la tristeza, en cambio otras pueden resultar más complejas como los celos o la envidia que incluyen varias emociones. Como material de soporte os recomendamos la ruleta de las emociones (poned este nombre en cualquier buscador y os aparecerán muchos recursos en línea sobre ello).
- El segundo paso es aceptar mi emoción, darle espacio y validar que me estoy sintiendo así sin juicios. Imagina que llega a tu casa un repartidor y tu no quieres abrirle, bien, el paquete que trae es la emoción con un mensaje y no aceptarlo será contraproducente para tu salud.
- El tercer paso es razonar, comprender el motivo o la causa de esa emoción. Es hora de atender a tus pensamientos, es decir, qué ha desencadenado esto, qué motivos o razones tengo, etc. Aquí quizás necesites distanciarte emocionalmente para poder analizar los motivos con más claridad antes de dar una respuesta.
- El último paso es propiamente la gestión emocional, elegir una respuesta adecuada, saludable, apropiada. Este proceso se puede realizar aplicando técnicas como por ejemplo la relajación, respiración profunda, aplicando una buena comunicación, distraerte, etc. Que te llevará a tomar ciertas medidas, a decidir no actuar, poner límites, expresar lo que sientes…
Es importante que se dominen estos pasos, para poder enseñar y acompañar a nuestros hijos. Para ello, os exponemos un caso que seguramente os suene a muchos de vosotros/as y que se resolvió muy satisfactoriamente.
Carmen es madre de un niño de 6 años, Óscar. Un día este llegó a casa después del colegio visiblemente enfadado y frustrado. Había tenido un día difícil en la escuela y estaba tan molesto que no quería hablar sobre lo que le había sucedido. Carmen notó que su hijo, muy tendente a los berriches y rabietas, estaba tan cargado emocionalmente que se encontraba al borde de uno de ellos. En el pasado ella se había mostrado muy preocupada y habría insistido hasta sacarle unas palabras al respecto, incluso en alguna circunstancia se habría molestado con él o habría pensado que su hijo no confiaba lo suficiente en ella. Como las rabietas le resultaban difíciles de manejar, acudió a consulta y recibió pautas para su correcto manejo.
En lugar de presionar a Óscar para que hablara de inmediato, Carmen se sentó a su lado en el sofá y le dijo: «Parece que has tenido un día difícil y te veo molesto, Óscar. ¿Quieres hablar sobre lo que pasó o necesitas un poco de tiempo para calmarte primero? Estoy aquí cuando estés listo».
Esta simple pero poderosa elección de Carmen de darle a su hijo espacio para calmarse fue el primer paso en la regulación emocional. Ella le puso nombre a lo que el menor sentía y válido su emoción. Aprovechó esos momentos para aplicar técnicas de respiración profunda que había aprendido. Inspiraron y espiraron juntos lentamente varias veces hasta que Óscar se sintió más relajado.
Después de unos minutos, el pequeño comenzó a contarle a su madre lo que había sucedido ese día en clase. Había tenido un conflicto con un compañero y se sentía triste y frustrado. Carmen escuchó atentamente, volvió a validar sus emociones y le dijo que era normal sentirse así en situaciones difíciles. Le enseñó a su hijo palabras para expresar sus emociones y cómo podía comunicarse con este compañero para resolver el problema de manera saludable y constructiva.
En las semanas siguientes, madre e hijo siguieron practicando estas conversaciones abiertas y las técnicas de respiración juntos. Óscar comenzó a usar esta nueva herramienta tanto en casa como en la escuela cuando enfrentaba situaciones que le sobrepasaban. Los berrinches del niño se volvieron menos frecuentes, y su relación con su progenitora mejoró a medida que se sentía más cómodo compartiendo lo que sentía.
Esta historia pretende ilustrar de un modo práctico cómo aplicar los pasos de la regulación emocional. Carmen también tuvo que aprender a regular sus emociones y no dejarse llevar por su frustración, inseguridad o preocupación. Desde entonces, esto marcó una diferencia significativa entre ellos, el pequeño se sentía más seguro y se empezó a expresar de otra manera. Con esto no queremos decir que los berrinches o rabietas desaparecerán, son naturales y sanos. Es imposible no sentir enfado o rabia, pero sí canalizarlos de otra manera, bien dirigidos.
La co-regulación es una herramienta fundamental que os ayudará a construir vínculos sanos con vuestros hijos. En las próximas entradas del blog hablaremos de libros y/0 audioguías que os servirán para acompañar este trabajo.