De todos es conocido que el motor de nuestras conductas se encuentra detrás de los procesos emocionales y los pensamientos.
Llamemos a los pensamientos procesos cognitivos, que este término en psicología se utiliza para describir la representación que una persona tiene de la información de todo lo que le rodea y de si mismo.
Otra distinción importante a la hora de clasificar estos procesos es que a los procesos emocionales se les concede el estatus de “automáticos” y a los procesos cognitivos, “controlados”.
En toda la literatura científica sobre las técnicas de modificación de la conducta, la mayoría de los enfoques se han centrado en los aspectos cognitivos sin profundizar mucho en los procesos emocionales que condicionan nuestra conducta.
No hay duda que muchas psicopatologías se expresan a través de alteraciones cognitivas, como por ejemplo los pensamientos deformados o irracionales, o por la forma de procesar la información recibida, como por ejemplo las distorsiones cognitivas, que son filtros atencionales que criban de alguna forma parte de la información que llega a través de nuestros sentidos. Pero esta explicación teórica no está exenta de dificultades a la hora de analizar porque un individuo se comporta de una determinada manera y no de otra, dependiendo de una situación dada.
Por otro lado, en el comportamiento fóbico de muchas personas o en el comportamiento adictivo (juego, drogas, sexo, comida, etc…) poco o nada tienen que ver con los procesos cognitivos dirigidos por un proceso racional y controlado. Serán en estos casos los procesos irracionales o emocionales los que parecen estar detrás de dichos comportamientos psicopatológicos.