No son pocas las personas que consideran el perfeccionismo una virtud. Nada más lejos de la realidad. En primer lugar porque parte de una premisa falsa: la existencia de la perfección. No, la perfección no existe y pretender alcanzarla supone un objetivo inalcanzable que solo puede conducir a la frustración.
Una cosa es el deseo de alcanzar la excelencia, el afán de superación personal y de mejorar día a día y otra muy distinta es obsesionarse con la quimera de la perfección, algo que puede convertirse en una fuente de estrés permanente y en un lastre en la consecución de nuestros objetivos.
A continuación vamos a mostrarte las características de una persona perfeccionista, las consecuencias negativas que el perfeccionismo puede tener en el devenir personal y las distintas formas de gestionar esta creencia para convertirla en una aliada en nuestras vidas.
Qué es el perfeccionismo y cuáles son las características de una persona perfeccionista
El perfeccionismo es un rasgo de personalidad que caracteriza a las personas que actúan en la vida con la creencia de que la perfección es una cualidad medible, objetiva y, por tanto, alcanzable (aunque, como hemos indicado, esta no sea la realidad).
El perfeccionismo puede afectar a todos los ámbitos de la vida (personal, social, académico, profesional…). En lugar de convertirse en un acicate para la superación personal, muchas veces se convierte en una rémora para alcanzar los objetivos que se persiguen.
Entre las principales características de las personas perfeccionistas destaca su alto grado de exigencia hacia los demás y hacia ellas mismas, lo que muchas veces puede conducirles hacia la intolerancia.
El miedo a fallar y a cometer errores puede llevarles a la inacción o a vacilar en la toma de decisiones. En las relaciones laborales les cuesta delegar por la creencia de que personas menos perfeccionistas que ellas sean incapaces de realizar un buen trabajo.
Los resultados de sus proyectos casi nunca están a la altura de sus expectativas, provocándoles insatisfacción. No solo muestran un gran temor al fracaso sino que consideran un fracaso la mayor parte de sus logros. Es lo que coloquialmente se llama “una pescadilla que se muerde la cola”.
Consecuencias del perfeccionismo
Un perfeccionismo mal gestionado solo puede tener consecuencias negativas. En primer lugar, no alcanzar nunca la perfección genera una frustración que repercute en una baja autoestima y en una constante sensación de culpa por no estar a la altura de los objetivos marcados.
La culpa y la baja autoestima derivan muchas veces en un pesimismo crónico que puede conducir a la persona afectada a estados distímicos, a la depresión y a cuadros de ansiedad generalizada.
A nivel interpersonal, las personas perfeccionistas suelen caracterizarse por un exceso de rigidez e intolerancia, afectando negativamente a sus relaciones en el entorno afectivo y profesional.
Sin embargo, el perfeccionismo puede llegar a gestionarse de modo que resulte beneficioso. Es lo que se define como perfeccionismo adaptativo. Cuando una persona perfeccionista es capaz de adaptarse a una serie de hábitos vitales puede llegar a compaginar su alto grado de exigencia con la aceptación del error o el fracaso como posibilidad en cualquier proyecto, sin que esto le provoque un temor o un miedo casi insuperable.
A continuación te mostramos algunos consejos para adaptar el perfeccionismo a una vida emocional saludable.
Estrategias y herramientas para que el perfeccionismo no dañe el equilibrio emocional
Lo primero que hay que hay que hacer para evitar los efectos negativos del perfeccionismo es interiorizar una verdad objetiva: la perfección no existe. Es absurdo que gastemos energías en alcanzar lo inalcanzable. Absurdo y contraproducente.
Una vez asumida esta realidad, debemos entablar un diálogo con nosotros mismos, darnos permiso para errar, asumir que somos seres humanos y, por tanto, falibles. Los errores, las derrotas, no son más que aprendizajes que refuerzan nuestra experiencia y nuestra sabiduría.
A la hora de marcar nuestros objetivos hay que ser realistas. La cuestión es hacer un buen trabajo dentro de nuestras posibilidades. Y no es lo mismo UN buen trabajo que EL mejor trabajo. El primero está dentro de nuestras capacidades mientras que el segundo solo existe en un mundo ideal.
Por último, ser autocrítico es una virtud muy saludable, pero siempre dentro de un orden. Ser autocrítico no se contrapone a celebrar nuestros logros. Es posible que sean mejorables pero eso no impide que sean éxitos. Es básico ser amables con nuestros propios esfuerzos.
Aprender a gestionar el perfeccionismo puede suponer un drástico cambio para nuestra salud emocional, liberándonos de la ansiedad y el estrés, aumentando nuestra autoconfianza y mejorando nuestras relaciones personales y profesionales.