– Uno de los aspectos más importantes para cumplir con nuestro desarrollo psíquico y espiritual y que guarda relación con el concepto de “distancia emocional” es el «proceso de individuación», proceso definido desde la psicología analítica de Carl Gustav Jung. Este proceso se refiere a realizarse como individuo y a llegar a ser uno mismo. En nuestra infancia se nos educa en entornos en los cuales la disciplina y la obediencia son fundamentales para la supervivencia dentro de un sistema familiar. Todo esto debe cambiar al ser adultos y se deja esta dependencia para encontrar la propia madurez y la gestión responsable. No poder avanzar en esta dirección influye en muchos de los conflictos de la edad adulta.
– Una de las dificultades más importantes se da cuando en nuestro sistema familiar no encontramos la solución a nuestros conflictos. En muchas ocasiones, esto es debido a que muchos de ellos se originan en este mismo sistema. Algunos progenitores educan a sus hijos para que sean libres emocionalmente y sean adultos responsables de sus vidas. Estos padres no piden nada a cambio de todo lo que han decidido ofrecerles en su proceso de acompañarles hacia la madurez y comprenden que la libertad emocional es el mejor regalo que pueden ofrecer. El problema viene cuando, en otros casos, nos vemos sometidos a un sistema de lealtades que nos impide encontrar nuestra propia libertad emocional y hace que nos sintamos unidos a nuestra familia desde la culpabilidad o la dependencia. Es en este punto cuando el individuo no consigue separar su «yo» de su «yo familiar» y, debido a ello, no llega nunca a su edad adulta. Hay personas que pueden proyectar culpabilidad sobre nosotros porque estamos cambiando y eso les hace sentir incómodos. Se produce entonces la paradoja de sentir que nuestra libertad hace daño a los demás.
– Es por eso que, en algunas ocasiones, las personas toman conciencia de ello y sienten que necesitan un proceso, ya sea físico o mental, en el que puedan diferenciarse durante un tiempo de su sistema familiar. La “distancia emocional”, por lo tanto, no consiste en realizar un acto de separación desde el resentimiento; hacerlo sería llevar el problema encima, por muy lejos que nos fuéramos. Consiste en un acto de reemprender el camino hacia la edad adulta y encontrarse con aquellas partes de uno mismo que necesitamos integrar. No se trata de aislarse y estar solo, sino de permanecer un tiempo tomando nuestras propias decisiones sin estar condicionados por nadie. Este proceso, lejos de ser perjudicial para el sistema, es una circunstancia que permite favorecer su desarrollo. La libertad para uno de los miembros del clan es una oportunidad maravillosa para que otros sigan su ejemplo. Las relaciones no deben estar basadas en la necesidad o la culpabilidad, sino en la decisión libre de compartir el tiempo con una persona. La decisión de estar con nuestra familia debe cambiar de ser un deber a ser un decisión voluntaria y personal del individuo. Una vez lo hayamos conseguido, podemos estar en el mismo entorno sin que nos afecte.
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