Mayo
Pensar en nuestra identidad, el quiénes somos, como una verdad irrefutable y estática, la cual además tenemos que perseguir y descubrir; es un planteamiento notoriamente erróneo.
Pocas enunciaciones hay más fluctuantes y subjetivas, que el cómo definirnos. Tanto desde un punto de vista interno (“el cómo nos vemos”) como externo (“el cómo nos ven”). Las etiquetas y creencias que podamos asociarnos pueden ser un lastre muy dañino.
Es más o menos en la adolescencia cuando empezamos con esta misión imposible. ¿Con quién encajamos fuera de nuestro grupo primario, que suele ser la familia? Sentirse comprendido y acogido es una necesidad vital, y para encontrar ese refugio podemos mermar, para apretarnos y encajar.
Y cuando van pasando los años y ya tenemos hecho nuestro croquis de virtudes y defectos, de lo que queremos mostrar y lo que no, puede llegar algo o alguien y pintar encima, sin que podamos ver lo que había dibujado debajo. Porque pensabas que nunca ibas a actuar así en esa situación, porque te supera o porque pensabas que tenías todo lo que esa persona amaba y no es así.
Es después de ese momento, ese primer punto de inflexión, cuando tenemos que respirar y mirarnos hacia dentro. Si algo se rompe, no se tiene que montar de la misma manera. ¿Y las nuevas piezas que hemos encontrado? ¿Por qué no vamos a incluirlas también? Y ya que estamos, podemos deshacernos de las que ya no nos gustan. Porque cada vez que llueve, las gotas no caen siempre en el mismo sitio. Y nosotros cambiamos, y nos reconstruimos.
Liberémonos por tanto de las creencias limitantes. De lo que nos han dicho que no podemos logar. De las primeras impresiones que hemos causado. Del anhelo por esa aprobación que nunca nos llegó.
Somos lo que queramos ser en este momento. Lo que hemos sido y lo que seremos, un potencial infinito escalado en el universo.