En el S.XV el Kintshugi revolucionó Japón. Lo que en principio parecía una técnica
para reparar objetos de cerámica o viejas herencias familiares, se reveló como una
corriente cuasi filosófica: la belleza de las fisuras, la estética de la experiencia.
El arreglo se realizaba recubriendo la grieta con un hilo de oro, lo que, lejos de
disimular la ruptura, la resaltaba, embelleciendo así el objeto.
Pensando en las personas a las que acompaño en consulta, no dejo de ver el paralelismo
entre sus fisuras y las de estas piezas de cerámica. ¿Quién no tiene grietas provocadas
por el tiempo?
La diferencia en cómo tratamos nuestras fisuras reside en el valor que nos damos.
¿Cómo de valioso te sientes?
El valor que nos atribuimos depende de varios factores; la infancia juega una vez más,
un papel importante en este sentido. ¿Te sentiste valorado y querido cuando eras niño?
Si la respuesta es negativa, no tienes por qué preocuparte, aún estas a tiempo de
descubrir tu valor: puedes estar seguro, lo tienes.
Lo tienes porque eres único e irrepetible. Biológicamente es imposible que haya una
persona igual que tú, con tu manera particular de sentir y vivir. Eres único y por ello
tienes el “deber” de ser tú mismo, de no privar al mundo de tu singularidad. ¿No te
parecen mucho más atractivas las personas que son “más auténticas”? A menudo, las
personas que impostan generan una tensión que se vuelve artificial y cansina.
Para ser fiel a uno mismo lo primero es conocerse, nadie puede amar lo que no
conoce. Este ejercicio requiere una dosis extra de valentía, de agallas para enfrentar
todo aquello que llevamos tanto tiempo evitando mirar. Hay sentimientos que pueden
resultar muy dolorosos, pero el no hacerles frente puede convertir ese dolor en
sufrimiento. Por ejemplo, puede que te encuentres en una relación de pareja que te hace
daño, de la que no sepas cómo salir. El permanecer en la relación te genera sufrimiento,
quizá esa “dependencia” esté relacionada con memorias de abandonos pasados.
Haciendo frente al dolor de los abandonos que viviste a lo largo de tu vida, puedes
encontrar fuerzas para cortar con la relación que te genera sufrimiento en la actualidad.
Para conocerse a uno mismo hay que hacer el mismo ejercicio que hacemos para
conocer a otro. Pasar tiempo con la persona, escucharla, entender lo que ocupa su
pensamiento y su corazón.
Una vez nos vamos conociendo empezamos a descubrir en nosotros aspectos que nos
gustan menos; podemos descubrirnos con envidias, con miedos, con inseguridades e
incluso con malas intenciones… Es entonces cuando entra la actitud de aceptación
hacia uno mismo. Según el diccionario de la RAE -Real Academia Española-, aceptar es
la actitud de recibir voluntariamente o sin oposición lo que hay, aprobar, dar por bueno.
Se trata de mirar nuestras emociones, nuestro sufrimiento, nuestras sombras y luces
como una madre mira a su hijo, con cariño y aceptación. Abrazarle cuando llora, reír
con él cuando está contento.
Carl Rogers decía “la curiosa paradoja es que cuando me acepto tal y como soy,
puedo cambiar”. ¿Cuántas veces nos hacemos violencia en un intento desesperado por
cambiar cosas que no nos gustan?
Las fases por las que pasamos cuando nos sobreviene un dolor son; la rebeldía, la
resignación, la aceptación y finalmente el consentimiento. Dejar de querer que todo sea
igual que antes y aceptar lo que ha cambiado en mi vida. Siempre se gana aceptando lo
real. Vivir momento a momento, sin que el pasado nos invada ni preocuparnos por el
futuro.
Lo interesante del camino de crecimiento personal es que no hay violencia ni lucha. En
todo caso, dolor al encontrarnos cara a cara con la imperfección; no pretendamos ser
perfectos, seamos auténticos.
– Pasa tiempo contigo mismo, tiempo para conocerte, para observarte: puedes
dedicar un tiempo concreto a la semana para estar solo. Ese tiempo puedes
emplearlo en preguntarte cómo te sientes, si estas satisfecho con cómo has
vivido la semana, que factores externos te están estresando y como los estas
razonando. Muchas veces nos ponemos tremendistas ante problemas que en
realidad no son tan graves. Sin ser muy conscientes, mantenemos a nuestro
cuerpo en tensión al mandarle mensajes de peligro ante acontecimientos que
muchas veces no llegan a pasar nunca. Por ejemplo, cuando cometemos un error
en el trabajo y comenzamos a repetirnos que nos van a despedir, como si el
adelantarnos al acontecimiento nos preparase para la peor de las consecuencias.
Lo que hacemos es incrementar el estrés lo cual repercute negativamente en
nuestra capacidad de razonar y en nuestro organismo.
– Permítete sentir lo que sientas en cada momento. Lo que reprimes acabará
saliendo por otro lado y posiblemente con más dureza. Es el caso de Juan, un
joven que rechazaba su tristeza porque había aprendido de pequeño que “llorar
era cosa de chicas”, cuando llego a la consulta tenía síntomas de ansiedad,
ataques de ira que no entendía de donde provenían. En el transcurso de la
psicoterapia fueron saliendo los sentimientos de tristeza que había acumulado
durante tanto tiempo, la ansiedad cesó y la rabia dejó paso a la verdadera
emoción, la tristeza. Ahora Juan lleva una vida coherente con lo que siente sin
cargar con la tristeza de las experiencias pasadas. Es normal que si te atacan
sientas miedo o enfado y si pierdes algo o a alguien te sientas triste. Permítete
sentir lo que en cada momento sientas.
– Conoce tu historia, con sus luces y sus sombres, toma conciencia de ella y de
cómo has llegado a ser quien eres ahora.
– Reevalúa lo que haces: cómo tratas a los más cercanos… ¿es así como eres?
Cómo trates, juzgues o hables de los demás es un reflejo de cómo te tratas
juzgas o te hablas a ti mismo.
Observa cómo te tratas a ti mismo mediante tus pensamientos: ¿te sorprendes
hablándote con dureza? ¿Te ha dado resultado tratarte de esta forma? Marisa, una
paciente, decía que se sentía triste y sin fuerzas. Cuando le pregunté cómo se hablaba,
me confesó que cuando no le salía algo a la primera se insultaba, “soy inútil”, “no
valgo”. Una vez cambió ese dialogo interior y comenzó a hablarse con cariño, dejó de
sentirse cansada y triste.
Como dice el dicho popular, “Quien va por donde no sabe, tiene que caminar por donde
no conoce… y para eso necesita un baqueano (guía).”
Pide ayuda si quieres aceptarte, quererte y crecer como persona. Hay muchas corrientes
en la psicología que acompañan en este camino de crecimiento personal:
Las terapias humanistas te pueden ayudar a encontrar en sentido en tu vida, te puede
ayudar a profundizar en tu historia, en tus emociones, a tomar conciencia de ti mismo.
“Todo puede serle arrebatado a un hombre menos la última de las libertades humanas:
el elegir su actitud en una serie de circunstancias, elegir su propio camino”, Victor
Frankl
Myriam Quemada Clariana.
Psicóloga