Pionera en la Psicología Transpersonal y el Mindfulness en habla hispana, desde el año 20001.
La fuerza de la vida siempre va en un sentido y, si sentimos que algo nos está enredando, quizá estemos mirando hacia un lugar que no tiene que ver con nuestro camino, con nuestra vida.
Cuando estamos en presencia podemos hacernos cargo de “lo nuestro”. En realidad, solo desde la presencia podemos hacernos cargo. Ocupar nuestro lugar no es siempre un camino agradable, tiene momentos de mirar a lugares dolorosos.
Aunque nos vayamos al otro extremo del planeta cualquiera nos entenderá si pronunciamos, en la lengua del lugar, claro está, las palabras padre, madre, hijo o hija. Mirar a lo sistémico, en concreto al sistema familiar, es mirar a las raíces, y pese a que se trata de una mirada que habitualmente nos mueve, señala un maravilloso lugar que tenemos cada cual.
Desplegar esta nueva manera de vernos y comprendemos más amplia, supone mirarnos en “relación a” papá y a mamá, a todo nuestro sistema, con todas las generaciones que me anteceden, incluso remontándonos a nuestra cultura y comprendernos en el contexto que hemos nacido o crecido.
Este camino tiene que ver con crecer en consciencia, un camino de amor. Que supone transitar de un amor preconsciente “ciego”, a un amor adulto consciente más amplio y ordenado con el que dejamos atrás muchos enredos y obstáculos del día a día.
Las leyes por las que somos movidos al inicio de la vida, no son las mismas leyes que mueven un grupo o sistema familiar. Son lo que llamamos los órdenes de la vida.
Muchas de los obstáculos que nos encontramos en nuestro camino, una y otra vez, y que nos cuesta lo indecible desenredar, tienen su origen en el mirar desde una perspectiva muy estrecha y limitada.
Gran parte de nuestros problemas mirados “desde nuestra vida” no tienen explicación, o al menos una explicación completa. Desplegando una visión transgeneracional podemos empezar a comprender: una tendencia a enfermar, la reiteración de una dificultad en nuestra vida, verme en una profesión que verdaderamente no la hubiera elegido, parejas que no prosperan, insistir en conflictos relacionales familiares de nuestros ancestros … ¿por qué siempre voy a parar al mismo punto?
Parecemos especialistas en sabotearnos la felicidad, renunciando a tomar lo que la vida nos pone claramente delante, al encontrarnos un muro o desarrollar un sentimiento de culpa o deslealtad, por el que nos decimos que ”eso” no es para nosotros, pese a que en el fondo sabemos que es “nuestra vida”. Al sentimiento de culpa se le suele unir el de deuda a nuestros padres. Nos debemos a otros: “mi vida es a costa de otros” …
Todas estas dinámicas son intrincaciones, “enredos” transgeneracionales que nos traen algo que no se resolvió en el momento en el que ocurrió, y se arrastra en generaciones posteriores. Se ve esto claramente en casos de guerras recientes tras las que, en dos o tres generaciones posteriores que “tienen el hilo” de la memoria explícita, “se encargan” de dar respuestas humanistas compensando aquellas acciones “deshumanizadas” del pasado.
Este es solo un ejemplo de dinámicas de compensación que continuamente estamos poniendo en marcha. Pero, entonces, ante esta constante ¿en qué momento vale la pena mirar una intrincación? La respuesta claramente está en observar aquellas que nos producen sufrimiento.
Muchos otros de estos procesos no nos hacen sufrir puesto que compensan carencias del pasado con abundancias del presente. No hay entonces por qué tocar tal intrincación dado que “no es mala”. Cuando hablamos de sistémica familiar y transgeneracional no todo es dramático.
Hablamos de dinámicas inconscientes que dan respuesta a guiones de vida que no son nuestros. ¿Es realmente nuestro destino el que estamos viviendo? No señalamos el destino como algo predeterminado, sino como nuestro camino o nuestro “trozo de vida”, frente a la réplica de la vida anterior de otros.
En este contexto nos encontramos con dos términos claves, que resultarán ser las dos caras de la misma moneda, y que explican por qué nos encontramos inmersos en este tipo de dinámicas: lealtad y pertenencia.
Cuando llegamos a la vida la permanencia es una cuestión de supervivencia. Sin elección, necesitamos pertenecer, necesitamos ser cuidados a un nivel afectivo además de biológico, necesitamos ser amados. Por biología, cuando somos pequeños, por pertenecer hacemos “lo que haga falta”, incluso a costa de nuestra vida.
Las leyes por las que se rige la pre-consciencia son la supervivencia pura y dura. Se trata de algo adaptativo no hay nada malo en ello. El problema aparece cuando crecemos y ya sin ser niños regimos nuestra vida por el mismo nivel de consciencia preconsciente. Continuamos dando nuestra vida y dando nuestra salud: lo damos todo para poder seguir perteneciendo de la misma manera. Hará falta desarrollar la comprensión vivencial de que ya no hace falta aquello de “dar mi vida a costa de”. Esta expiación lo único que hace ya es perpetuar un sufrimiento, y es que podemos estar intentando inconscientemente reparar la vida de un anterior que puede incluso que no conociéramos. En el inconsciente familiar todo suceso no resuelto queda registrado.
Por otro lado, sí cuando somos niños nos regimos por las leyes de la supervivencia, un sistema familiar se rige por la supervivencia del sistema, que no por la supervivencia individua de cada uno de los miembros del mismo.
Además, el orden de llegada a la vida dentro de un sistema marca el rol de cada uno de nosotros. Esto que es tan obvio no siempre resulta serlo tanto, y al mirarlo comienza a emerger la realidad de que sin el reconocimiento de un orden mayor no somos capaces de reconocer el lugar que ocupamos.
Por otro lado, por el mero hecho de haber nacido, nos corresponde un lugar de pertenencia en nuestro sistema de origen. Si “no gustamos” a otro componente del sistema este tendrá tendencia a negarnos nuestro lugar de pertenencia. La consciencia familiar vela porque el lugar sea respetado y tenido en cuenta, haciendo que en cada generación algún miembro se identifique con la persona excluida.
La jerarquía y la pertenencia hace que haya un equilibrio. Este movimiento de dar y recibir es el “baile constante de la vida”. En función de la naturaleza del tipo de vínculo, la naturaleza del equilibrio puede variar. En el caso de una relación paterno filial el hijo que recibe al padre que edad será asumido en una intrincación en el caso me querer devolver al padre, y no a la vida a través de su nueva familia u otro proyecto vital. Cuidar o atender no debe confundirse con querer devolver en una dirección que supone romper con una ley natural. Es distinto actuar desde el pensamiento mágico presente en el niño que trata de aliviar su carga salvando a sus padres, frente al adulto que actúa en modo consciente.
Hacernos la idea que podemos “desligarnos” de todo lo anterior nos permite avanzar. Se trata este por lo tanto de un camino que nos puede abrir puertas insospechadas. Pero todo pasa por que aceptemos. “Decir sí“ a todo lo que ha sido, a lo que es, a lo que ha ocurrido y ocurre en el sistema supone honrarlo.
¿Cuánto tiempo y energía empleamos en negarlo?
¿Cuál es nuestro lugar en el mundo?