¿Alguna vez te ha pasado que te subes al caballo una y otra vez y siempre acabas cayéndote?
Cambia “caballo” por lo que te parezca más oportuno, en esa metáfora del día a día, situaciones, eventos, personas que sobresalen de la rutina y hacen de esos hitos puntos especiales de tu cronología, te hacen sentir y ser especial. Nos sentimos abiertos a ellos, porque ya los hemos visto otras muchas veces y creemos haber aprendido de las experiencias, pero resulta que se vuelven a presentar y sin darte cuenta vuelves a caer en las mismas trampas. ¿Es la misma situación o es otra? Tu vivencia es muy diferente, así que no es la misma, pero “te vuelves a caer del caballo”.
En nuestro constante avanzar hacía un entendernos y así poder entender a los demás, nos vamos desprendiendo de nuestras ropas, pesadas cargas impregnadas de vivencias, y vamos renovando nuestro armario. Parece que ya todo es liviano, que volamos con la vida, pero sin darnos cuenta se cuela en nuestras vestiduras alguna ropa vieja, de esa que se esconde como quien no quiere la cosa, para salir airosa y mostrarse cuando menos te lo esperas. Y como una vieja conocida te abrazas a ella, te aferras a lo que te dice y te dejas llevar, cayendo en picado de ese vuelo tan maravilloso en el que te encontrabas. Es lo que podríamos denominar entrar en barrena. Ya no hay dirección, ya no hay estar, sólo caída libre, y como ya tienes experiencia, la gestionas para no hacerte daño, sin más.
A veces la vida te sorprende, y te sorprendes al ver que esa vieja conocida, esa ropa vieja tan pesada no estaba invitada a la fiesta, por lo que toca sentarse con ella, con todo el cariño del mundo, y hacerle entender que ya no forma parte de ti, que en una época de tu vida la necesitabas para abrigarte y protegerte, de tus miedos, de tus inseguridades, de aquello que te hacía sufrir o no estar bien; pero que ese tiempo ya pasó, que tus miedos se han vuelto valientes y pueden subirse al caballo una y otra vez porque ya no temen a la caída, que ya no necesitas ser protegido/a, que tu confianza en quién eres, en quién te has convertido es tu mejor protección. Que ya no necesitas tapar tus sombras, porque en ellas se halla toda la luz que también precisas ver, cuidar y mostrar.
Y con todo el agradecimiento y el amor que se merece, le das las gracias a esta prenda tan delicada por haberte cobijado cuando tanto lo necesitabas, no supiste hacerlo de otra manera. Pero ahora que la vida vuela en ti le ofreces volver al lugar que le corresponde, la lavas con total reconocimiento, para luego doblarla cuidadosamente y dejarla ir, para que siga su camino, acompañándola a ese lugar donde descansan las prendas viejas, usadas, para que hagan una gran fiesta, un gran festín con música y malabares, a la altura de la celebración, pues su cometido ya ha finalizado, su razón de ser ya no es contigo. Gracias por estar ahí, por haberte acompañado, pero sobre todo por haberte permitido ver a través de ella.
Hay aprendizajes que se viven porque se buscan, hay otros que simplemente se encuentran, te encuentran, pues siempre han estado ahí, esperando pacientemente a que tu mirada los pudiera reconocer, una mirada cada vez más profunda, más liberada, más sensible y serena… en esa comprensión de ti, que te permite Ser y Estar. Feliz vuelo, y no temas por la caída, porque quien no vuela no puede caerse, y levantarse de nuevo es lo que impulsa al ser humano a vivir, a crear y construir constantemente, es Vivir. Aprende a amar las ropas viejas que aún te quedan, seas consciente o no, ya que pronto se irán de celebración con sus compañeras, y aunque las eches de menos porque han formado parte de ti, dejarán de servirte para ocultar tus sombras. Deja ir lo que ya no es, y confía.