Érase una vez una novela. No era grande, mediana, ni pequeña, ni de aventuras ni una comedia. Tenía alguna que otra página arrugada o subrayada. Era un libro como otro cualquiera. Estaba en una estantería junto a muchos otros manuales y novelas de diferentes tamaños y colores, pero nuestra novela se sentía muy sola y confusa, no recordaba algunos pasajes y no sabía que escribir. Tenía muchas páginas en blanco, borrones, y mucha tinta desperdigada. Tal era el caos de palabras que sentía en su historia, en su interior, que decidió que lo mejor era irse, y se fue.
-¿Dónde fue?
– A buscar su historia.
– No te entiendo.
– Fue a vivir para poder escribir nuevos capitulos y reescribir los que ya tenía escritos.
-¿Y cuando regresará?
– Cuando haya dado coherencia y sentido a su historia personal
– ¿Y eso cómo se logra?
– Siendo el protagonista de su propia vida.
-Parece una tarea ardua, ¿Lo podrá hacer solo?
– Más adelante sí, pero ahora necesita un compañero en el que apoyarse, que sea su voz narrativa para ser consciente y recordar los capítulos olvidados.
-Entonces, será un libro nuevo.
-No, las novelas son únicas, insustituibles. Pero es necesario releer ciertos pasajes y poder verlos con otros ojos.
-¿Cómo se logra?
– Relatando tu historia a la vez que la aceptas y la integras.
– Suena bonito y a la vez duro, ¿Será doloroso?
-Mucho, pero merecerá la pena.
-¿Hay alguna forma de que sea más fácil?
-Si, sentir afecto y amor mientras se continúa con el manuscrito.
-Entonces, ¿Qué pasó con el libro?
– Las personas que fue encontrando le ayudaron, las relaciones que estableció con ellos fueron muy importantes porque le brindaron las palabras que necesitaba para continuar escribiendo.
-¿Dejó de sentirse mal?
– Si, ahora ya no esta triste porque integró todas las frases y párrafos en su interior y les dió un sentido. Al fin pudo crear su historia de vida y escuchar su propia voz.
Para lograrlo tuvo que poder identificar cuando había sido víctima, cuando perpetrador, cuando salvador y cuando héroe. Porque todos esos roles conformaban la persona que era hoy. Conocer estás máscaras le hicieron comprender el porqué las personas de su camino se habían posicionado en relaciones complementarias para poder estar en sintonía con su guión. Necesitaba esa consciencia para comprender y poder cambiar sus relaciones futuras. Hasta ahora había escrito de forma automática más de tres mil quinientas hojas, pero no sé había parado a vivir, a sentir ni a pensar. Era cómo sí el narrador hubiera cobrado vida propia y hubiese escrito por él. Necesitaba integrar la tinta de todas las palabras para poder sentir su tacto, sus emociones y procesar la información de forma reflexiva y racional. Quizás hubiera estado en la biblioteca inadecuada, y necesitaba trasladarse a otra donde se sintiera más seguro. Necesitaba un sitio con una decoración propicia, con unos muebles que fueran acorde a la estancia, que tuviera buena temperatura y buena luz, con mas espacio, y un lugar en el que tuviera mayor privacidad.
Por un tiempo aquella estantería fue su hogar, le había servido de refugio, había cubierto sus necesidades básicas pero no había sentido calidez emocional, le había faltado el cariño y los cuidados que proporcionan el amor. Era hora de cambiar.
Tenía ganas de sentir que por primera vez elegía su ritmo de narrativa, las relaciones que emprendía, las decisiones que le afectaban, el sentido y dirección que tomaría su historia. Quiénes no le ofrecieran un vínculo seguro, autonomía, intimidad, apertura, disponibilidad y motivación de cambio era mejor dejarlos atrás. Ya había sufrido demasiado en relaciones verticales donde él solía haber estado en una situación de desigualdad. Quería conocer lo sabido no pensado de su historia, y lo logró al releer aquellas narraciones tapadas por el polvo del olvido. Agradeció a su celulosa de guardar de forma cautelosa en su cuerpo todas sus crónicas. Leyó todos los episodios que le habían llevado a la fragmentación de su psiquismo y habían influido en su desarrollo, afectando también al nudo y al desenlace. Fue muy doloroso, sufrió con cada letra, lloró ríos de tinta que dieron paso a nuevos y hermosos versos en su cuerpo angustiado.
Con el paso de los años pudo reírse y sonreír por haber sufrido por algo que ahora no tenía importancia. Pensó que aquella relectura le había sanado. Antes sabía que no estaba bien pero era incapaz de definir el por qué, ahora había encontrado la respuesta. Había comprendido la gravedad de sus pensamientos plasmados en vocablos. La fuerza que tenían cuando se convertían en actos. Decidió dejar constancia de sus diez hitos que le habían marcado, podían ser buenos, regulares o malos. Quería hacerse responsable de todo y no solo como había venido haciendo de los eventos en los que se sentía culpable. Firmó la paz consigo mismo, dejo de fustigarse y pudo leerse con unos ojos compasivos.
Escribió una narrativa resiliente, compasiva, donde se desculpabilizada y daba valor a lo que había conseguido para salir adelante. Conocedor de tanto dolor, de dificultades léxicas y ortográficas, dejó de juzgar a los libros por sus portadas, sus errores y hazañas. Apreció más la estructura, los giros inesperados y los procesos de cambio que una historia idealizada. Hiló unos pasajes con otros, dando sentido, coherencia y congruencia a su prosa presente y pasada. Esta comprensión le resultó liberadora, le ayudó a confiar en las personas y dejar el sentimiento de injusticia en el capítulo cuarto. Se dejó llevar por sus tripas para redactar desde la intuición y no desde la razón alexitimica que tantos dolores de cabeza y enfermedades le había causado. Honró y otorgó valor a los conceptos. Soltó el control, el ego y la omnipotencia que había adjudicado a su personaje porque era hora de dejar de lado el modo supervivencia.
Se percató de la importancia de escribir el dolor, de dejar atrás el papel de víctima en el que su actitud negativa y catastrofista era justificada. Abandonó los síntomas que ocultaban el origen de su sufrimiento, aquellos que habían sido tan necesarios para soportar la angustia, pero que habían cumplido su función tras ser escuchados. De esa forma logró superar los traumas. Se podría decir que era un libro renovado al que aún le quedaba mucha tinta por plasmar.