Parece paradójico, pero es real. Mostrar nuestra autenticidad es uno de los grandes retos que la vida presenta. A lo largo de nuestra vida vamos poco a poco desaprendiendo, borrando nuestra esencia. La esencia es nuestra forma genuina de ser, aquella identidad que está libre de ego, creencias, patrones y condicionamientos.
Cuando nacemos, comunicamos de forma natural nuestras necesidades y preferencias, a lo largo de la infancia este “mostrar al mundo quien soy” se hace con ilusión e inocencia. Pero lejos de alentar a que continuemos haciéndolo de esta manera, el entorno nos va marcando el camino para entrar dentro de lo que se espera de ti, lo que es común, lo que debería de ser. En lugar de nutrir nuestra identidad central, de abrazar la diversidad y enriquecer a la sociedad con el intercambio cooperativo de diferentes colectivos, culturas, etnias… El entorno, se compromete con mantener aquello que se considera “como tienen que ser las cosas”. Lo cual, implica que la mayor parte de los peques, tengan que dejar de ser tal y como son. Si eres un niño movido, tendrás que aprender a ser un niño estático, no te preocupes los adultos te enseñarán cómo imitar a un mueble, verás qué divertido y que bien te sienta. Si eres una niña que sueña despierta, te enseñarán a poner los pies en la tierra y dejar los sueños para cuando toque irse a dormir.
Estos niños y niñas, crecen y se convierten en adultos frustrados, desconectados de sí mismos y enfadados con el mundo. Quizás tu seas uno de ellos.
En la etapa adulta, el camino del autoconocimiento, nos invita a recordar quién somos, haciendo un viaje por nuestra historia y permitiendo mostrarnos tal cuál somos. Pero, si en nuestra infancia teníamos clara nuestra esencia e incluso la mostrábamos, ¿cómo nos resulta tan complejo mostrarnos tal cual somos? Porque llevamos la mayor parte de nuestra existencia poniéndonos máscaras, actuando en un traje que nos resulta incómodo pero de tanto usarlo se confunde con la piel. La necesidad de aprobación, de formar parte del grupo, de no decepcionar, de que otros me quieran, de que no me rechacen, de no molestar… ese encajar en la sociedad hace que deje de encajar conmigo. Damos tanto hacia afuera que nos quedamos vacías por dentro.
Cuando empezamos a mirar hacia dentro perdemos la referencia externa que ha ido marcando el camino durante tantos años, esto abruma, da miedo, pero es sumamente liberador, porque por esta vez puedo permitirme estar, ser, sin la necesidad de interpretar un personaje.
“El papel más difícil de representar en nuestra vida es ser una misma” ya que que no está escrito, se va descubriendo momento a momento, que requiere una gran conexión y compromiso contigo. Te llevará al mayor aprendizaje y a responder la compleja pregunta de ¿quién eres? Sin dar la vaga respuesta de dar un nombre, localidad, edad y profesión. Este viaje interior es pausado, dinámico, sorprendente y dura toda nuestra vida, por eso, es fundamental que la amabilidad y el amor sean el centro. ¿No te parece que la vida es demasiado compleja como para que la hagamos más complicada?