Según la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), se entiende por estrés la reacción a eventos adversos (cambios laborales, mudanzas, enfermedades…) que generan una tensión excesiva en un individuo, desencadenando una respuesta corporal, mental y emocional.
Principalmente existen dos tipos de estrés: el adaptativo y el desadaptativo. El estrés adaptativo es esa reacción inicial del cuerpo para hacer frente a desafíos o cambios. Es una respuesta que suele ser beneficiosa, nos moviliza, genera acciones comprometidas y nos impulsa a la adaptación en las nuevas circunstancias. Por otro lado, el estrés desadaptativo, es decir, prolongado e intenso suele ser contraproducente. Este tipo de estrés puede desembocar en otros problemas de salud mental como la depresión, la ansiedad, problemas psicosomáticos…
De forma generalizada solemos enfocarnos en los aspectos más desagradables y prolongados del estrés como los dolores de cabeza, la tensión muscular, problemas digestivos, alteraciones en el sueño, fatiga crónica, incluso irritabilidad o aislamiento social, pero resulta crucial entender que una dosis adecuada de estrés es normal, natural y útil. Con esto no queremos que entendáis que hay que aceptar y tolerarlo todo, ni que tampoco se pueden eliminar todos los «estresores» que nos rodean. Es una tarea imposible, ya que suceden eventos que no controlamos, que simplemente suceden en nuestro día a día, pero es posible aprender a gestionar el estrés de una forma adaptativa y saludable. Muchas veces nos obcecamos con la idea de reducir el estrés, de eliminar o alejar aquello que nos está generando malestar, pero en terapia vemos como es mucho mejor cambiar la percepción hacia él, convirtiéndolo en un aliado, algo que nos avisa de que hay que generar algunos cambios o incluso verlo como un desafío del que podemos salir más reforzados y con alguna enseñanza valiosa.
Más allá de las indicaciones clásicas que todos conocemos para afrontar el estrés (deporte, alimentación, respetar los descansos, apoyo social, etc) os proponemos otros enfoques menos explorados como la creación o expresión artística, pintura, escritura o música. Dedicar un tiempo a estas actividades como forma de liberar emociones, soltar carga emocional va a ser muy beneficioso. Da igual si no sabes hacerlo o si al principio te sientes incómodo/a al coger una pincel o lápiz, el objetivo no es realizar tu mejor obra si no permitirte aligerar tu mochila, separarte de esos pensamientos, fluir, desconectar de los desafíos por un momento. Os proponemos también el humor como herramienta terapéutica. Es válido desde aprender a reírse de uno mismo/a, acudir a una espectáculo de comedia o sacarle el lado humorístico a lo que nos sucede. Está comprobado que el humor ayuda a reducir la tensión, a combatir los pensamientos obsesivos y cambiar el foco o percepción de una situación estresante. Un grupo de investigadores de la Universidad de Loma Linda en California se propusó analizar los efectos de la risa en la reducción del estrés, descubriendo que reír disminuye el cortisol (la hormona del estrés) y aumenta los niveles de endorfinas, que son sustancias químicas cerebrales que generan sensaciones de bienestar. Además, investigaciones realizadas por la Universidad de Maryland confirmaron que la risa puede mejorar la función de los vasos sanguíneos y aumentar el flujo sanguíneo, lo que a su vez puede proteger el corazón de los efectos nocivos del estrés. En nuestro país, la Universidad de Granada y la Universidad Autónoma de Madrid llegaron a los mismas conclusiones, resaltando el impacto positivo del humor en relación a nuestra salud mental y física.
Por otro lado, es numerosas ocasiones resulta sumamente importante aprender a decir que no, poner límites, saber delegar o directamente desechar. En otras es necesario aprender técnicas de relajación o de mindfulness. Como ves, existen múltiples opciones para combatir el estrés asi que si crees que necesitas apoyo profesional no dudes en solicitarlo.