Sólo oír la palabra estrés se nos ponen los pelos de punta. De buenas a primeras todos lo evitamos, lo relacionamos con malestar y enfermedades. El significado bien lo expresa como “tensión”, “presión”, “cansancio”… Pero el estrés en si no es algo malo, es un sistema de alerta de nuestro organismo para situaciones de emergencia. En el mundo del deporte el estrés y la competición van de la mano, la competición genera estrés y es incluso necesario para que el deportista amolde su estado físico y psicológico para dar el máximo (el “gusanillo” antes de competir).
¿Entonces? ¿Qué hace que el estrés lo relacionemos como algo malo para nuestra salud? Básicamente dos variables: el tiempo y nuestra percepción. Lógicamente el deportista no se pasa todo el día compitiendo. Un estado de activación continuo en el tiempo provoca el agotamiento y el desgaste de todo nuestro sistema, predisponiéndolo a enfermedades varias. Las personas somos propensas a estresarnos por todo desde que nos levantamos: corre y despierta a los niños, las tostadas que se queman, las llaves del parking que no las encuentro, un atasco, llueve, llegar tarde como siempre, el humor del jefe, me olvidé el tupper, etc. Recientemente un gran amigo mío me contaba que cada día tenía la misma estresante mañana, y que ¡sorprendentemente se relajaba cuando se sentaba en su puesto de trabajo! Realmente cuando empieza la competición ya estamos agotados. La ansiedad, la ira, la agresividad son respuestas demasiado frecuentes ante el estrés. Cuando percibimos que la demanda situacional nos supera y que no controlamos la situación, se nos agarrota el flexo, no respiramos correctamente, y la presión muscular y arterial se dispara.
Ante esto, no nos queda otra que aprender a desarrollar respuestas positivas y maduras que nos ayuden a afrontar mejor los riesgos, las amenazas, el ritmo personal, laboral y demás. Debemos conseguir tener la capacidad de percibir las cosas de otra manera: relativizando y desdramatizando las situaciones, consiguiendo discriminar las que realmente son de alerta de las que no lo son. Y sí, efectivamente estas capacidades las podemos desarrollar y entrenar como se lleva a cabo en la psicología del deporte. Para empezar a practicar, aquí os dejo tres reglas de oro a utilizar en cualquier situación y en cualquier momento:
- PARA Y RESPIRA
Lo primero de todo ante una situación que percibimos como estresante, bajemos revoluciones. La mejor manera es controlando nuestra respiración durante algunos minutos; hacerla pausada y aprovechando el 100% de nuestra capacidad pulmonar (como un bebé, llenando de aire el abdomen). Como siempre vamos acelerados, este nuevo estado provocará automáticamente hacer las cosas más lentas durante ese tiempo, para luego retomarlas a un ritmo intermedio y no tan acelerado.
- DALE LA VUELTA Y RIE
Identifica qué te estresa y cambia tu perspectiva relativizando la situación, y si esto te provoca una sonrisa: lo has conseguido. Por ejemplo si es tu jefe quién te estresa, exclámate positivamente “perfecto/estupendo tengo el jefe más potente del mundo” o si parece que hoy te sale todo mal, recurre a la famosa Ley de Murphy y ríe. Y si realmente lo estás pasando mal mira como percibirías el problema desde un extremo, por ejemplo “¿lo veríamos igual si nos quedarán meses de vida?”.
- VER- SENTIR- HACER
Por último y no menos importante, nuestro cerebro sólo entiende de imágenes, por lo tanto recuerda momentos de éxito pasados en situaciones similares. Eso que te estresaba tanto hace diez años y a lo que le ganaste la partida. Imagina como te gustaría hacerlo ahora y diluye la presión. Recordar o imaginar lo positivo nos hace sentir bien y prepararnos para la acción. Si queremos conseguir algo imaginémoslo, sintámoslo y hagámoslo.
¡Ahora solo queda que las pongas en práctica! Si lo haces y te funcionan, te animo a que me hagas participe explicándomelas, ya sabes, a través de mi blog o twitter.