Soy defensora de una crianza que propicie el desarrollo de un apego seguro, una crianza en donde el niño o niña se sienta visto, amado, respetado, validado en sus emociones y en su forma de ser, donde se respeten los ritmos de cada niño y donde nosotros, los adultos, seamos ejemplos congruentes y que trasmitamos seguridad y confianza en todos los sentidos.
Ahora bien, en la vida cotidiana hay muchos días que el cansancio, asuntos no resueltos, el mal humor, el agobio de la vida, heridas emocionales…que a veces pueden más con nosotros, y tal vez nos podemos convertir en aquellas madres o padres que nos prometimos no ser y que no nos gusta ser.
Hay muchos momentos que me encanta ser la madre que soy: paciente, cariñosa, respetuosa, empática, divertida; pero también hay otros momentos en que me convierto en esa madre que no me gusta ser: poco paciente, enojona, irritable, que puede llegar a gritar, ser inflexible e incluso que puede llegar a ser agresiva.
Muchas veces lo veo venir, siento ese calor de la rabia, de la frustración, de la desesperación que se van apoderando de mí. Afortunadamente muchas de las veces lo puedo controlar, respirando con mayor conciencia e intentando volver a mi centro, para poderles explicar a mis hijos que estoy pasando por un mal momento y desde ahí volver a entrar en contacto con ellos.
Pero ha habido también ocasiones que me he dejado invadir por la frustración y la desesperación, y en las que veo el miedo en los ojos de mis hijos. Esa mirada me recuerda las veces que yo también sentí miedo de pequeña, cuando veía a mi madre desbordada, llena de angustia. Esa mirada me recuerda que puedo llegar a ser la madre que me prometí nunca ser.
Criar a los hijos no es tarea fácil, requiere de toda tu paciencia y tus habilidades para saber gestionar tus emociones, para comunicarte asertivamente, para ser firme y al mismo tiempo flexible y amorosa. Es una tarea de 24 horas, 7 días a la semana, 365 días del año, y muchos de esos días nos podemos sentir rebasados. Y eso es normal, está bien, no siempre somos quien nos gustaría ser. No nos sintamos culpables, sino más bien seamos responsables y reflexionemos de lo que nos pasa, qué es lo que nos lleva a estar así y de qué manera le podemos hacer frente.
El llevar a cabo una crianza respetuosa y consciente, creo que justamente tiene que ver con conciencia, con desarrollar nuestra capacidad de darnos cuenta de nuestros puntos flacos para día a día dar un pasito más para convertirlos en algo diferente, darnos cuenta de cuando estamos rebasados para desarrollar estrategias que nos ayuden y podamos estar de la mejor manera con nuestros hijos. Y permitirnos equivocarnos, sin tanta culpa.
Para mí, la crianza consciente no sólo se trata de ser amorosos, presentes, estar disponibles emocionalmente, ser asertivos, etc. sino también de ser conscientes de quien somos, del por qué hacemos las cosas, de hacer un trabajo interno profundo que nos ayude a relacionarnos con nuestros hijos desde un lugar de mayor luz y sinceridad. De esta manera, les ayudaremos a ser más conscientes de ellos mismos, a conocerse y a aprender a gestionar también mejor sus emociones.
Te dejo aquí algunos consejos que creo pueden ayudar en esos momentos en los que el enojo también se puede apoderar de ti, en los que la desesperación llega y la paciencia se acaba:
- Siente tus pies, como te sostienen tus piernas, siente la temperatura, la sensación de los calcetines o de los zapatos, siente tus piernas bien firmes y plantados en la tierra. Muchas veces toda la atención está puesta en la cabeza, en las vísceras, pero si ponemos atención a sentir nuestros pies, podemos sentirnos nuevamente con “los pies en la tierra”, anclados, arraigados. Muchas veces solo con entrar en contacto con esa sensación podemos volver a tener un poco de claridad.
- Respira con mayor conciencia y revisa cómo es tu respiración, seguramente pueda está agitada. Respiraciones con mayor profundidad y conciencia nos ayudarán a gestionar de mejor forma nuestras emociones.
- Recuerda que tú eres la adulta, que tú si puedes autorregularte. Los niños cuando son pequeños no lo pueden hacer, están aprendiendo a hacerlo.
- Si estás en un lugar donde puedes hacerlo, deja a tu hijo en un sitio seguro y date unos minutos para ver las cosas con perspectiva, para que el enojo o la frustración disminuyan un poco.
- Si te has dejado llevar por la frustración y la desesperación, cuando te sientas más tranquila, regresa, discúlpate y explícale a tu hijo lo que te ha pasado, explícale que en ese momento no pudiste controlar bien tus emociones, pero que tú también sigues aprendiendo. Que lo que a lo mejor él o ella hizo está mal, pero la forma en la que tú expresaste tus emociones tampoco estuvo bien.
Ser los padres o madres que nos gusta ser es muy bonito, pero seamos conscientes que también van a aparecer esas partes de nosotros que nos llevan a ser esos padres o madres que no nos gusta ser, démosles luz a esas partes, seamos conscientes de ellas, del por qué están presentes en nuestras vidas. Eso es lo que va a marcar la diferencia, no el intentar que ya no existan esas partes sino más bien llevarlas a la conciencia y desde ahí intentar transformarlas.
Si sientes que necesitas una guía o apoyo para poder hacerlo, no dudes en ponerte contacto conmigo.