La palabra disociación viene del latín ‘dissociato’ y significa “separación de algo de otra cosa a la que estaba unida”. En psicología, utilizamos esta palabra para referirnos a cuando la mente se separa del cuerpo. Pero ¿por qué hacemos esto? ¿qué circunstancias de la vida pueden llevar a disociarnos? En este artículo os quiero hablar de la disociación y las causas de la misma. Es algo que sale mucho en consulta. A terapia, al fin y al cabo, viene gente que no entiende lo que le ocurre y esa no comprensión viene de esa desconexión con su mundo interno y externo.
¿Qué es la disociación?
La disociación es un mecanismo de defensa psicológico. Como todo mecanismo de defensa lo utilizamos de manera inconsciente y lo empleamos para evadirnos de la realidad, una realidad que nos está siendo muy difícil de manejar y que va a ser muy doloroso enfrentarnos a ello. Una parte nuestra entiende que si mente y cuerpo no se separan, es decir, que, si no nos desconectamos de esa dolorosa realidad, nuestra supervivencia está en juego.
Cuando una situación nos sobrepasa, la disociación, en un momento puntual se trata de algo adaptativo porque nos ayuda a continuar. Sin embargo, cuando vivimos situaciones traumáticas de manera continuada, aprendemos que disociarse es la mejor manera de sobrevivir. La disociación se generaliza y es cuando empiezan los problemas. La disociación es como una coraza que nos ponemos contra las emociones. Aprendemos que no sentir nada en absoluto es mejor que arriesgarse a sentir dolor o emociones desagradables. Lo malo es que esa coraza tampoco deja traspasar las emociones agradables.
Es como que “sale más a cuenta” el vivir en desconexión con las emociones que arriesgare a conectar con algo insoportable. Pero… el no sentir emociones, ignorarlas y no dárnoslas por válidas deja secuelas psicológicas como ataques de ansiedad y pánico, somatizaciones, problemas de adicción, etc., y también nos hace tomar decisiones “en automático” sin pensar si nos convienen o no, dejando de lado nuestro autocuidado.
¿Cuáles son las causas de la disociación?
O sea, que la disociación es una estrategia que adoptamos para sobrevivir. El cuerpo y la mente se desconectan para hacer frente a situaciones que nos abruman y que pueden llegar a ser insoportables. Por ejemplo, no sentirnos vistos por nuestros padres o sentirnos abandonados puede llevar a disociarnos para no afrontar el dolor de ver que, quienes se supone que han de cuidar de nosotros y velar por nuestro bienestar, no puede comprendernos o ver que estamos sufriendo. Esta es una de las heridas más profundas que pueden ocurrirnos en la infancia.
No hace falta que nos ocurra algo excesivamente traumático como puede ser haber sido víctima de abusos, un accidente grave o haber vivido desastres naturales. Esto, por supuesto, genera síntomas de estrés postraumático y disociación. Pero, en mayor o menor medida, todas las personas nos hemos sentido abandonadas, humilladas, traicionadas o rechazadas en algún momento. Esto nos deja heridas que pueden ser sanadas. Además, la ciencia ha demostrado que las secuelas psicológicas son mucho más graves y duraderas si el dolor y el origen del trauma nos lo ha causado otro ser humano.
Disociarse en un momento de emergencia es un mecanismo activado por nuestro sistema nervioso para no bloquearnos. El problema radica cuando no nos damos cuenta de que nos relacionamos y nos movemos por el mundo sobreviviendo, en lugar de viviendo.
Conclusiones.
En resumen, cuando nos ha tocado vivir experiencias traumáticas de forma repetida, especialmente durante la infancia, este mecanismo de defensa, la disociación, se activa para no sufrir. Al disociarnos, eliminamos o inconscientemente desechamos como adecuadas otras estrategias de afrontamiento como la validación, la comunicación, el poner límites o, sencillamente, el permitirnos estar mal.
Es importante dejar claro que la disociación no es algo que elegimos conscientemente implementar o activar en determinados momentos. Hay personas que no son para nada conscientes de que han aprendido a manejarse mejor así o, incluso, que lo justifican y entienden que así viven mejor porque, supuestamente, así no le afectan tanto las cosas. Sin embargo, luego tienen síntomas de ansiedad muy intensos, dolor de estómago o no son capaces de vincular de manera sana en sus relaciones personales.
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Referencias bibliográficas
González, A. (2022). Las cicatrices no duelen. Cómo sanar nuestras heridas y deshacer los nudos emocionales. Planeta.
Gonzalez, A. (2020). Lo bueno de tener un mal día. Cómo cuidar de nuestras emociones para estar mejor. Planeta.
Apego y psicopatología: La ansiedad y su origen. Conceptualización y tratamiento de las patologías relacionadas con la ansiedad desde una perspectiva integradora (6a edición). (2020). Desclée de Brouwer.
Van der Kolk, B. A. (2015). El cuerpo lleva la cuenta: Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Plaza y Janés.