Hace un día espléndido de sol y has decidido salir a caminar. De pronto te encuentras en medio de un jardín en el que varios niños juegan y se divierten. Entonces, diriges tu atención hacia dos niñas que discuten por alcanzar la posesión de un muñeco de trapo. Una de ellas tira de uno de sus brazos mientras que la otra resiste llorando y tirando del brazo opuesto. El muñeco está a punto de resquebrajarse por la mitad. Inmediatamente sientes el impulso de acercarte para calmar a las niñas. Quieres explicarle que van a perder su juguete y que si se rompe tendrían que coserlo para que volviese a su forma original, con la posibilidad de que no quede igual.
- Sería buena idea que llegaseis a un acuerdo. Les dices mientras en ti se despiertan sentimientos de dulzura y compasión hacia ellas.
¿Cuántas veces a lo largo de tu vida has sentido en tu interior también esas dos fuerzas tirando cada una en una dirección?
Sentimientos y emociones encontradas, que no están bien vistas o que has desplazado por considerarlas inapropiadas, despiertan en tu interior una lucha entre opuestos. Esta curiosa batalla que libras en tu contra comienza al rechazar lo que surge en tu interior. Y esta resistencia a su vez causa una dolorosa brecha interna, similar a la que iba a sufrir el muñeco de las niñas.
Hemos calificado los sentimientos, las emociones, los sucesos y la vida en sí misma, como buenos o malos; dignos o indignos; aceptables o inaceptables; etc. Con esta forma de percibir nos abrimos a determinadas manifestaciones y nos cerramos y encogemos ante otras.
Otro aspecto que fomenta este comportamiento es que casi siempre oirás más hablar de los sentimientos y emociones agradables, de cómo éstas han de estar presentes en tu vida y de la importancia de ser positivos. Sin embargo, estas afirmaciones pueden provocar confusión, ya que, hay muchos mecanismos que te afectan como ser humano y sobre los que tu alcance o control es limitado.
En la actualidad estamos altamente expuestos a imágenes cuyo impacto no solo influye cognitivamente sino que siempre lo hace emocionalmente. A pesar de que las redes sociales, los anuncios publicitarios, la televisión, las conversaciones, etc. nos ofrecen constantemente una imagen fragmentada y distorsionada de cómo es la vida de otras personas, muchos lo toman como referencia y eso les causa daño.
Si a este contexto añadimos la escasa atención que se le ha dado a la educación en inteligencia emocional y al autoconocimiento en post del bienestar y el placer efímeros, basados en objetos materiales, la incapacidad para dar espacio a sentimientos y emociones se agudiza creando dolor en la mayoría de personas. Esa ausencia de madurez emocional crea inseguridad y falta de integridad, estados en los que resulta más complicado habilitar un espacio interno a lo que surge y desde ahí poder acogerlo con respeto, cariño y amor aunque a priori, el miedo permanezca presente. La vulnerabilidad no solo crea un estado de inseguridad con uno mismo, sino con el entorno. Esta falta de seguridad hace que la persona se sienta incapaz de dar voz a lo que siente y experimenta. Silenciar los sentimientos y emociones y no comunicarlos o compartirlos hace que cada vez sean más relevantes y agudas las sensaciones desagradables que provocan.
El miedo a expresarse y poner palabras es uno de los motivos por los que seguimos albergando todo ese arsenal de sensaciones que van dañando el cuerpo y acumulándose en él. Pero no son los únicos factores que te impiden validar lo que sientes. Si en algún momento del pasado te has abierto a ello y la persona con la que lo compartiste te ha juzgado o ha intentado restarle importancia a tu exposición, es posible que te hayas cerrado aún más formando una coraza que te impide exponerte posteriormente.
¿Cuántas veces te has visto en una de las siguientes situaciones?
- No te ha apetecido llevar a cabo determinada acción y te has convencido de que debías hacerlo.
- No has querido ir a un lugar y aun así lo has hecho.
- Has sentido el impulso de llorar y te has reprimido o escondido para que no te viesen.
- Te has sentido triste sin saber el motivo y, por ello, te has culpado o avergonzado intensificándose así la tristeza.
- Has ocultado tus sentimientos, emociones y pensamientos por miedo a ser juzgado o por incapacidad para expresarlos.
Y ¿Cuántas veces tu mensaje interno ha sido como alguno de los siguientes?
- Tengo que estar “bien”.
- Voy a hacer “esto” o “aquello” para sentirme mejor.
- Voy a pensar de una forma determinada que me ayude a salir de aquí.
- No quiero sentirme así.
- Esto es incómodo, no lo puedo soportar.
Palabras como éstas, sumadas al rechazo y al miedo hacia determinados sentimientos y emociones, causan un fuerte dolor emocional por la fragmentación que despiertan en el interior de la persona que lo experimenta. Negarlos o forzarnos a cambiar el estado en el que estamos es un gesto violento y agresivo. Si creas espacio interno desde el que observar, advertirás que la fatiga y el resentimiento que se generan provienen del rechazo a esas sensaciones y no de su propia expresión. Es decir, del significado que le atribuyes y no porque esa sea su propia naturaleza.
- ¿Puedes mostrarte ante ti mismo como lo harías con las niñas que te encontraste en el jardín?
- ¿Podrías hablarte con la dulzura y la compasión que sentiste en el momento en el que viste su inocencia?
- ¿Por qué hacia un amigo, un familiar u otro ser humano te resulta más sencillo ser amable que contigo mismo?
Eres merecedor del mismo trato que ofreciste a aquellas niñas que eran desconocidas para ti y de recibir las mismas palabras. Para conservar la integridad y el bienestar emocional es importante aceptar los sentimientos y emociones que nacen dentro. Poder darles voz, hablar de ellos, compartirlos y permitir que surjan en el momento y la forma en la que lo hacen, más allá de los prejuicios y la opinión que la mente emita, te aportará coherencia y tranquilidad.
Aceptación no es lo mismo que resignación o dejadez. Tampoco ha de confundirse con permitir comportamientos o situaciones denigrantes. Aquí estamos exponiendo el trato con uno mismo. En la aceptación hay una apertura amable por parte de la persona, una predisposición y voluntad para experimentar y crecer. En cambio, cuando te resignas hay sufrimiento y un mayor endurecimiento de la personalidad. La capacidad de dar espacio a sentimientos, emociones y pensamientos también favorecerá que puedas verlos con perspectiva y dejes de identificarte con ellos. Pues surgen en ti pero no son lo que eres.