En ocasiones las personas sufrimos porque no soportamos la incertidumbre, no toleramos “no saber” que va a pasar en un futuro próximo o distante. Antonio lleva unos pocos años preparándose unas oposiciones. Comenzó a prepararlas cuando le despidieron de su trabajo de administrativo. Aún no han convocado las oposiciones por lo que ha decidido seguir estudiando, pero por otro lado se tortura preguntándose si no hubiera sido mejor decisión olvidarse de las oposiciones y buscar otro trabajo. ¿Y si nunca se convocan las oposiciones? ¿Y si nunca apruebo? ¿Qué jubilación me quedará? ¿Me moriré de hambre? ¿Tendré un techo donde vivir? ¿Y si necesito vender mi piso que ya tengo pagado? ¿Y si mi mujer pierde su trabajo, que es del que vivimos? ¿Quién sabe?
Todas estas dudas significan que Antonio está sufriendo porque no tiene la garantía de que nada malo pueda suceder. Cada pregunta es un intento de obtener esa garantía, y cada intento fracasa porque las preguntas se suceden ininterrumpidamente. ¿Pero quién te puede garantizar que nada malo vaya a ocurrir? ¿Buscar otro trabajo es una garantía? ¿Ser fijo es una garantía? No, porque a Antonio, siendo fijo, le despidieron en la pasada crisis. ¿Haber buscado otro trabajo le hubiera garantizado conservarlo? ¿No podría ser despedido de nuevo?
Como dice Fito en una canción “Lo contrario de vivir es no arriesgarse”. Vivir es aceptar el riesgo, apostar por algo, comenzar a caminar sin tener todas las respuestas, aceptar que no sabemos al 100% lo que nos depara el futuro. Claro que podrían venir dificultades pero cuando se presenten ya las afrontarás en ese preciso momento. Veamos el caso de los taxistas. Se ganan la vida diariamente, no saben cómo les va a ir mañana. Si un día no trabajan no facturan nada. El clima, las manifestaciones, los robos, además de otras cosas pueden influir en su facturación, pero ellos siguen allí, y los hay muy felices. No necesitan la garantía de que mañana y pasado mañana tengan clientes. Si tienen problemas los afrontan en el momento que los tienen. ¿Entonces necesitamos tener garantías? ¿O necesitarlas es el problema?
Un poco de control es bueno. Antonio dispone de un hogar, ya lo tiene pagado, su mujer trabaja, se quieren, hay la posibilidad de presentarse a oposiciones. Pero exigir tenerlo todo controlado es deslizarnos por el tobogán de la ansiedad y la depresión, porque sencillamente es imposible. Hay que arriesgar. ¿Cuántos montaron un restaurante justo antes de la llegada de la Covid y tuvieron que cerrar? Cosas de la vida. Actuaron valientemente arriesgando. Ahora tienen que afrontar un cierre obligado y buscar una solución, aunque sea, de momento, apuntarse al paro y solicitar una ayuda.
La única opción sana es asumir un riesgo y Antonio se arriesgó a favor de las oposiciones. Decidió apostar por ellas. No tiene la garantía absoluta de nada pero nadie la tiene. La fortaleza emocional consiste también en aceptar los riesgos de la vida, absorberlos, como hacen los taxistas, convivir con ellos. La situación de Antonio puede absorber ese riesgo porque tiene un “colchón”, su piso pagado, el que su mujer trabaje, etc…“No sé cómo ira lo de las oposiciones pero aquí estamos, voy a apostar por ello y en el peor de los casos difícilmente pasaré hambre”. La mente controladora nos lleva a la ansiedad y la depresión. La mente que acepta la incertidumbre nos permite adaptarnos a un mundo hermoso pero incierto.
Cuando observes que pasan por tu mente estas preguntas, sin respuestas definitivas, evita seguirles la corriente. Te puedes decir: “No necesito la garantía de que nada malo vaya a suceder porque nadie la tiene. Me voy a quedar con la duda. Voy a activar la mente que acepta la incertidumbre y me voy a adaptar a ella.” Es posible que la mente controladora produzca un poco de ansiedad, sopórtala, pero no respondas a sus preguntas. Deja que las preguntas pierdan fuerza hasta que desaparezcan. Y no te olvides, el mañana siempre es incierto.