En cualquier proceso terapéutico, una de las claves fundamentales para lograr una verdadera transformación es la responsabilidad. Ésta no recae únicamente en el terapeuta, sino que debe ser asumida por el cliente. La mejora, la sanación y el crecimiento personal requieren de que
cada individuo se adentre en un proceso de autodescubrimiento, lo cual implica soltar y dejar ir
para abrazar y acoger una versión nueva más saludable de sí mismo. En cualquier proceso de
este tipo, el modelo terapéutico entendido desde un enfoque educativo actúa como una
brújula, guiando y acompañando a la persona a través de los desafíos internos hacia su
evolución personal, a medida que asume la responsabilidad gradual de las áreas de su vida que
requieren ajustes; en todo momento se pretende el desarrollo consciente de responsabilidad y
autonomía desde el empoderamiento.
La responsabilidad en el contexto terapéutico no debe ser vista como una carga, pues es un
pilar fundamental. Se trata de una oportunidad para asir de nuevo las riendas sobre la propia
vida de manera que puedan tomarse decisiones conscientes que en ningún caso puedan dar
espacio a la queja y al victimismo. Cuando hablamos de responsabilidad en terapia, nos
referimos a la capacidad o habilidad del individuo de reconocer, asumir y responder sobre su
propio sistema y su proceso de cambio y transformación. Hablamos de una aceptación de que
cada uno es el autor de su propia vida y que cualquier mejora o avance dependerá en buena
medida de su disposición al cambio, a actuar y a tomar decisiones quizás diferentes a las
tomadas hasta ahora.
Esto implica un reconocimiento profundo de las áreas de la vida que necesitan un ajuste. A
menudo, los clientes llegan a la consulta cargando con patrones de comportamiento, creencias
limitantes y emociones bloqueadas que, por mucho tiempo, han sido ignoradas o
desatendidas. El primer paso hacia la sanación y liberación de todos esos elementos es tomar
plena consciencia de esas áreas y asumir la responsabilidad de trabajar en ellas.
El proceso de asumir responsabilidad no es inmediato ni fácil, y es por eso que la terapia debe
ser entendida como un viaje gradual, en el que cada paso dado debe ser vivido y transitado
con los tiempos que se requieren; forzar un cambio nunca llevará a una verdadera
transformación. Es por ello que en cualquier proceso terapéutico suele hacer falta reeducar al
cliente para que comprenda la importancia de hacerse cargo de su situación y de asumir su
implicación en el proceso. No obstante, la realidad tiene matices y en este caso no todo es
blanco o negro: muy a menudo, el cliente requiere de un “sherpa” que le acompañe en su
travesía y que por momentos le lleve la mochila, le preste su bomba de oxígeno y le indique
cuando parar a descansar y cuando apretar la marcha. Es decir, que la responsabilidad, durante
cualquier proceso, se puede ir asumiendo en la medida que el cliente se vea capaz.
Y aquí es absolutamente necesario destacar algo que muchas veces se pasa por alto: el cien
por cien de autorresponsabilidad existe para cada persona en estos momentos. Que tengamos
o no acceso puede depender de varios motivos, pero los principales van a ser una limitada
autopercepción y un sufrimiento anclado. Es por esto que el grado de responsabilidad que se
encuentra inaccesible tiene por cadenas a la desconfianza, derivada de creer que “no puedes”,
y a la culpa, fruto de incorporar sufrimiento a la responsabilidad.
Por ende, para volar libremente por el territorio de la responsabilidad, deben estar
desplegadas las alas de la autoconfianza y la autocompasión. Ambos elementos son
fundamentales para la disolución de la culpa y la limitación mental.
Toda transformación requiere una parte esencial de soltar. Hablamos de soltar aquello que
debe dejar de existir para que algo nuevo pueda surgir. Soltar no consiste en “arrancar malas
hierbas”, sino en sanear un terreno, abonarlo y proveerlo de la humedad necesaria. Soltar
implica que identifiques ese “espacio” que busca servir a otro propósito y que lo habilites para
ello, de manera que puedan plantarse nuevas semillas. Y es que no tiene sentido vaciar un
terreno de cultivo sin saber qué lo va a reemplazar. Por tanto, sin objetivos claros y bien
definidos, el terreno escogido termina abandonado. Para que una persona pueda avanzar en su
proceso de sanación y crecimiento, debe estar dispuesta a dejar ir lo que ya no le sirve:
creencias limitantes, viejas identificaciones, miedos irracionales no resueltos o patrones de
comportamiento autodestructivos. La responsabilidad, en este contexto, implica reconocer lo
que debe ser liberado para permitir que algo nuevo y más alineado con lo auténtico emerja.
Este proceso de dejar ir es completamente personal y único para cada individuo. En esencia, no
se trata simplemente de deshacerse de cosas, sino de renovarse desde el interior. Al igual que
un navegante en medio de la tormenta debe soltar las velas rotas y las cargas innecesarias para
poder avanzar, el cliente debe soltar las versiones antiguas de sí mismo que lo han llevado
hasta donde está pero que no le pueden llevar más allá.
Como se ha ido señalando, el proceso terapéutico y de transformación no debe ser abrupto ni
forzado. Es un proceso gradual y educativo en el que el cliente, en la medida que puede, va
realizando nuevos pasos en la dirección deseada. Este enfoque está basado en la comprensión
de que la sanación y el crecimiento personal son un aprendizaje constante de uno/a mismo/a.
A medida que la persona va adentrándose en su proceso de terapia, se le ofrece el
acompañamiento necesario para reconocer los aspectos de su vida que requieren atención.
Este enfoque educativo no busca imponer soluciones externas, sino que pone a disposición las
herramientas adecuadas para que el cliente tome decisiones informadas sobre cómo mejorar
esas áreas. Desde la gestión emocional hasta la redefinición de metas personales o
profesionales, este modelo ofrece una estructura que ayuda a integrar la responsabilidad paso
a paso.
Así, la persona no tiene que cargar con todo el peso de su transformación desde el primer día.
Cada área de la vida se aborda con la paciencia y el respeto necesarios para que el cambio sea
sostenible. La autocompasión juega un papel esencial en este enfoque: la persona no es vista
como «defectuosa» o «rota», sino como un ser en proceso de aprendizaje, evolución y mejora
continua. Aunque el proceso terapéutico sea una experiencia en la que el cliente asume la
responsabilidad de su propio proceso, el terapeuta desempeña igualmente un papel crucial. El
terapeuta no es el «sanador» que impone soluciones, sino más bien el acompañante que ofrece
dirección, herramientas y apoyo. El terapeuta es esa presencia constante que ofrece claridad
cuando el paciente se siente perdido o confundido.
La tarea del terapeuta es crear un espacio seguro en el que el paciente pueda explorar su
interior sin miedo al juicio. Este espacio debe ser abierto, comprensivo y no directivo,
permitiendo que la persona se encuentre a sí misma y asuma, de manera autónoma, las
responsabilidades que le corresponden en su proceso de sanación. Por ello, la neutralidad del
terapeuta es indiscutiblemente un requerimiento para la funcionalidad de la terapia.
El proceso terapéutico, cuando se aborda con responsabilidad, no solo es un camino de
curación, sino un proceso de empoderamiento . A través del modelo educativo, el cliente
aprende a reconocer las áreas de su vida que necesitan atención, a soltar lo que ya no le sirve y
a asumir un papel activo en su proceso de transformación. El viaje que la terapia ofrece
contiene un recordatorio constante de que la verdadera transformación solo puede ocurrir
cuando se asume plena responsabilidad de nuestras decisiones, acciones y vida.
Si deseas emprender este viaje hacia el cambio, recuerda que la verdadera libertad solo llega
cuando dejamos ir lo que ya no nos sirve y tomamos las riendas de nuestro propio camino.
Como el navegante que sigue la Estrella Polar, puedes confiar en que, al asumir tu
responsabilidad, llegarás a un lugar más claro, auténtico y lleno de posibilidades.