Hace más de 20 años leí la historia de la ranita sorda. Me la enviaron en esas cadenas de emails de inicios de los 2000. Era una historia sencilla, pero que por alguna razón me resonó dentro con mucha fuerza, al punto de evocarla en varias ocasiones.
Si no la conocen, les dejo aquí la historia. El cuento habla de un grupo de ranas que caminan por el campo y dos de ellas caen a un pozo. Las ranas accidentadas empiezan a saltar intentando salir, pero no hay caso, el agujero es muy profundo y por más esfuerzo que le ponen, no lo logran.
Las ranas que están fuera comienzan a gritarles que ya no lo intenten, que no podrán salir, que se den por vencidas y acepten su destino de morir de hambre y sed. Una de las ranas se da por vencida y deja de saltar. La segunda, al contrario, se llena de fuerza y comienza a brincar cada vez más, y más alto. Mientras más gritan sus compañeras que se detenga, ella más alto salta, hasta que finalmente, en un impulso final, logra salir.
El resto de las ranas se miran estupefactas, hasta que una dice: «claro, es sorda. No escuchó lo que le decíamos».
La segunda rana, al ver que la primera lo logra, salta y salta hasta, que finalmente también logra salir.
Es un cuento sencillo y a la vez poderoso que muchas veces he recordado cuando una persona o circunstancia de la vida me ha hecho creer que aspiraba a demasiado o que aquello que pretendía hacer, era demasiado para mí.
Ayer fue uno de esos días.
Me reuní con un experto en marketing para hablar de mi negocio como coach y formadora para personas con TDAH.
Al explicarle mi proyecto y propuesta de negocio me dijo, «la experiencia me dice que quien quiere llevar más de dos o tres proyectos a la vez acaba por no hacer ninguno bien. Y tú quieres seguir dando clases, investigando, montar un programa de coaching personal y un servicio para empresas».
Esta fue su primera frase de, no lo intentes.
Allí ya noté como dentro una fuerza vital se movía incómoda, pidiendo la palabra.
La segunda fue cuando le dije que la semana que viene haría una masterclass y que pronto me planteaba también ofrecer una formación on-line. Después de todo, soy profesora universitaria, algo de ello sabré, ¿no?
De nuevo me hizo saber que intentaba entrar por la puerta grande cuando lo que “solía servir” era ir directamente a las asociaciones y dar charlas presenciales y ofrecer allí mis servicios como coach.
Básicamente, venía a decirme que no apuntara tan alto y que empezara por lo pequeño, lo local.
Ya para este momento, la fuerza vital más que removerse, rugía.
Mi respuesta tranquila, relajada, casi con sorna, fue, tengo TDAH, no sé hacer SÓLO una cosa a la vez.
A la mente me venían varios ejemplos que confirmaban esta tesis.
- Tener un bebé a los 19 años y aun así acabar mi carrera universitaria
- Aceptar una beca de máster en Economía social e irme con mi hija de 6 años desde Caracas a vivir a Barcelona y a Trento a estudiar el cooperativismo y las empresas sociales en Europa
- Defender mi trabajo final de máster con mi segunda hija de un mes en los brazos
- Criar sola tres hijos en un país extranjero casi sin red familiar mientras trabajaba jornada completa y escribía mi tesis doctoral
- Contra todo pronóstico de familia y amigos, encontrar pareja, comenzar un proyecto de convivencia juntos y criar una familia reconstituida y multicultural con 6 hijes de edades entre 5 y 19 años (y no morir ni divorciarnos en el intento).
- Comenzar a dar clases en varias universidades, más la jornada completa, más la familia reconstituida.
- Formarme como facilitadora de círculos y crear un círculo para mujeres inmigrantes que ha sido uno de los proyectos más gratificantes de mi vida.
- Reinventarme profesionalmente como coach de personas neurodiversas, formarme para ello y en el camino conocer una red mundial de personas maravillosas dispuestas a ayudarse las unas a las otras.
- Aprender a tocar la batería, cantar y a hacer urban sketching con 50 años.
Moraleja de esta historia: no permitas que nadie te diga que juegues a la liga infantil cuando estás preparada para jugar en las grandes ligas.
Quizás me estrelle, pero, aun siendo así, me llevaré un aprendizaje para hacerlo mejor la siguiente vez, con lo cual, no será un fracaso.
A esta persona y a otras que por el camino también han querido desinflar mis ambiciones solo puedo decirles que su incredulidad es mi gasolina.
Las personas con TDAH tendremos dificultades con la organización, la priorización y el orden. Pero nuestra impulsividad, bien canalizada, se puede convertir en un propulsor que nos lleve a la luna y más allá.
Y si alguien te dice que aspiras muy alto, cómprate unos buenos tapones y sigue intentándolo. A la ranita le funcionó 😉