¿Alguna vez os habéis sentido como mendigándole a la vida? ¿Sintiendo que buscáis con desesperación la felicidad a través de la aprobación, el cariño de los demás o las razones por las que existir?.
Pruebas en todos los ámbitos emocionales que te afectan, parejas adecuadas para demostrarte que eres válido y que el mundo va a reconocer en ti a alguien riguroso, capaz y serio. O parejas que sustituyen todas tus carencias y conforman lo que debe ser la vida según tus creencias.
Buscas a través de tu carrera profesional, esforzándote en convencerte de que ese es el trabajo adecuado. Ya sea para satisfacer tus propios pensamientos o lo que piensen de ti tu familia y amigos.
Y cuando haces las paces con tu carrera emocional y con tu carrera profesional pero sigues en busca de la felicidad… ¡Eureka! ¡Ahí tienes el verdadero camino de plenitud, el del ocio! Los viajes. La fiesta. El baile. Los juegos. El deporte. Pero tampoco.
Le mendigas a todo, lo rasgas y desgarras todo. Llenas las horas de tu vida porque no soportas el vacío existencial que emerge en cuanto paras a respirar. Te descubres y te das asco. No te soportas.
Fantaseas con el suicidio, con el victimismo, con la culpabilidad. La vida es una mierda. Debes de encontrar algo nuevo a lo que mendigar. ¿A las drogas? ¿A la espiritualidad? Te ahogas.
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Pasan los años.
Sigues buscando.
Y un día lo ves, no, mejor dicho, lo sientes.
Lo vives. Estaba dentro de ti.
Estaba en todo.
Y empieza el cambio.
Ves un detalle de una arruga en la piel, de las líneas de la corteza de un árbol y ves que tienen la misma forma y el mismo fondo. Observas el cielo, una lágrima, un destello del sol y vives la unidad. Vives en el todo.
Juan.