Dicen que el nombre de Zanzíbar proviene del persa زنگبار zangi-bar, que significa «Costa de los negros». Zanzíbar es una región semiautónoma de Tanzania que comprende un par de islas alejadas de la costa oriental de África llamadas Unguja o Zanzíbar y Pemba.
Todo empezó gracias a un programa de televisión llamado “Callejeros Viajeros”, mi ex pareja y yo sentados en el sofá no dábamos crédito a las imágenes que estábamos viendo, naturaleza salvaje, playas paradisíacas, animales libres, vegetación frondosa, cielo azul, sonrisas inocentes, etc. En ese momento, el que fue mi marido estaba recibiendo tratamiento de diálisis a la espera de un trasplante renal, de modo que no podíamos viajar, pero por suerte, podíamos soñar. A partir de ese instante decidimos que ese sería nuestro primer destino una vez estuviera recuperado y efectivamente, así fue.
En cuanto tuvimos alas para volar, emprendimos el vuelo hacia la isla soñada. Tuvimos la suerte de estar allí todo el mes de febrero del año 2014. Recuerdo que al bajar del avión, sentía una mezcla de excitación y miedo, intuía que era el principio de una aventura inolvidable y lo cierto es que no me equivocaba. Antes de llegar a Zanzíbar, hicimos escala en Dar es Salam, capital de Tanzania, vale la pena mencionar esta ciudad porque las ocho horas que estuve visitándola mientras salía el otro vuelo, no me dejaron indiferente. Dar es Salam, es la ciudad más poblada de Tanzania y eso se percibe en cuanto la pisas, millones de personas te esperan a la salida del aeropuerto, millones de personas caminan por la calle, millones de personas se mueven en transporte público y en coche, los atascos no cesan, la vida que hay en esa ciudad es alucinante.
El hecho de entrar a un mundo nuevo totalmente desconocido, me causó durante unos días una especie de estado de shock, el cambio es brutal. De repente, te encuentras inmerso en una forma de vivir totalmente diferente, ves la pobreza en las calles, las aglutinaciones en los autobuses, el calor extremo, la necesidad de vender para comer, la austeridad, la humildad, la humanidad en las miradas, la solidaridad, etc. De pronto, todos esos valores te explotan en la cara recién bajas del avión y te dejan durante dos o tres días completamente fuera de lugar. Para mí fue un golpe, ya me habían avisado de que África no pasa de puntillas, pero no era consciente de hasta qué punto. Lo cierto es que África se graba a fuego en la piel, es como un tatuaje que te haces para toda la vida.
Ese fue el primer contacto y el primer impacto, después los siguientes días en la isla tropical de Zanzíbar fueron mucho más agradables y relajados, seguían primando estos valores de humildad, solidaridad y humanidad, mi cabeza no paraba de reflexionar acerca de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, los pobres y los ricos, los humanos de primera y los de segunda, la felicidad y la infelicidad, la codicia, la avaricia, etc. Sin embargo, no notaba esta preocupación en la gente de allí, tuve el honor y el placer de hablar con muchas personas autóctonas y absolutamente todas coincidían en la misma opinión: apenas tenían bienes materiales, una casa hecha con paja y cañas de bambú, cuatro utensilios para cocinar y una cama, pero tenían mucho amor para dar y para compartir y eso les hacía inmensamente felices.
Durante un mes, me dediqué a observar, a contemplar la naturaleza, a reflexionar sobre el paso del tiempo, a tomar conciencia, a saborear cada segundo, a respirar, meditar, nadar, conversar, sentir, abrazar, disfrutar de la sana alimentación, fruta, arroz y pescado y simplemente a amar. Empecé a amar a cada ser que se cruzaba en mi camino y a agradecer por el simple hecho de estar viva y tener la oportunidad de vivir una experiencia como aquella. Zanzíbar tiene más de treinta playas, las pude ver todas, treinta atardeceres, guardo el recuerdo de cada uno de ellos porque aunque pueda parecer que sean idénticos, cada uno de ellos fue diferente, aprovechaba ese momento para observar mi interior y nunca estaba igual, a veces estaba agradecida, otras veces triste, a veces estaba añorada, otras veces me sentía en paz, dependiendo de las vivencias que había tenido ese día, me sentía de una manera u otra. Fue ahí cuando tuve el placer de conocerme y lo que es más importante aceptarme.
Recuerdo también el olor a especias de las calles de Stone Town, Mji Mkongwe, en suajili, o Ciudad de piedra de Zanzíbar, en español, es la parte antigua de Ciudad Zanzíbar, la capital del archipiélago. En esta mágica ciudad, uno se transporta a tiempos medievales, en cada portón de madera podía imaginar una historia, en cada callejuela había vida, personas cocinando en la puerta con un caldero, tiendecitas, niños que salían de la escuela, músicos que tocaban en la plaza, conversaciones, puestos de comida, etc. Aquí la meditación seguía estando presente porque aunque había mucho ajetreo y movimiento, era incapaz de tener la mente en otro lugar que no fuera aquél, no me costaba estar presente y plenamente consciente a cada instante porque sucedían muchas cosas, hechos que no estaba dispuesta a perderme, demasiadas sonrisas, demasiados gestos amables, demasiados estímulos agradables.
Los últimos días del viaje hicimos un safari por el Serengueti, el parque nacional de mayor proporción en Tanzania, 14.750 km² de superficie. Es especialmente famoso por las migraciones anuales de miles de ñues. Fueron cinco días maravillosos en contacto directo con la naturaleza más salvaje, durante esos días, sentí que era libre, que no hacía falta que hiciera nada porque ya estaba todo en mí, igual que las acacias o los baobab, simplemente permanecen robustos y firmes, alzándose al cielo, no intervienen, solo cumplen su función perfecta dentro del ciclo natural. Así con todas las especies, pude observar que funcionan a la perfección sin que nadie les diga nada, esa sabiduría natural, ese milagro de la existencia me conmovió y me inspiró a ser un miembro más de la especie humana, en ese momento dejé de verme como un individuo separado del resto y empecé a sentirme parte de un todo, fue mágico.
Sin duda, este viaje cambió mi vida para siempre, mis familiares dicen que nunca más volví a ser la misma, aunque yo digo que nunca dejé de ser yo, puesto que es imposible, lo único que gracias a este magnífico viaje me quite varias capas de protección y ahora me muestro más vulnerable, más yo en esencia, ya no tengo la necesidad de ser como los demás quieren que sea porque allí me di cuenta de algo muy importante: lo auténtico es bello. Cada una de las personas con las que tuve el placer de hablar era auténtica, los animales, las muertes, los nacimientos, los llantos, las risas, el paisaje, la naturaleza, todo en aquél país era tan auténtico que no podías evitar sentir estar viviendo de verdad, consciente de que cada despertar es un regalo y celebrando la vida sorbo a sorbo, paso a paso.
Gracias pueblo zanzibareño por acogerme con tanto amor amabilidad, gracias África por darme una lección de vida y por último, gracias a la Vida por haberme dado tanto…
HAKUNA MATATA