Psicóloga y terapeuta familiar y de pareja.
Me gusta disfrutar al aire libre, conecto con la naturaleza, muchas ideas para aplicar en mis sesiones, clases y talleres se me van ocurriendo mientras paseo.
Siempre tuve claro que quería estudiar psicología.
También me gustan mucho los niños, por lo que estudié magisterio infantil y soy profesora asociada en la Universidad Pública de Navarra. Disfruto dando clases a futuros psicólogos y profesores. Intento que sean conscientes de lo importante que es su profesión, deben sentir vocación real e involucrarse con las personas.
Algunas de las circunstancias ocurridas a lo largo de mi vida, me han hecho reafirmarme todavía más en esta decisión de dedicarme a cuidar del bienestar emocional de los demás. Mi pasión es ayudar a la gente a ser feliz.
Cuando se decretó el estado de alarma sanitaria en España, el 10 de marzo de 2020, yo estaba embarazada de 8 meses.
Pensé que esta situación era la más aterradora que podía llegar a vivir; pero me llevé otro gran susto en poco tiempo. Era como si estuviese viviendo una pesadilla que no tenía fin.
El nacimiento de mi hijo en plena pandemia fue un momento agridulce. Tras tantos años intentando quedarme embarazada, por fin lo conseguí y fui inmensamente feliz; pero al llegar el día del parto mi bebé tan deseado que había llevado dentro de mi durante 9 meses, casi muere.
No pude conocerlo hasta el día siguiente. Sentía ambivalencia de emociones.
Por un lado, tenía ganas de verle, por otro lado, lo evitaba. Tenía miedo a lo que me iba a encontrar.
Recuerdo que me impresionó, entrar a un lugar lleno de enfermeras, médicos, batas, mascarillas, incubadoras, luces y mucho ruido. Aquellas máquinas para controlar las constantes vitales y los aparatos de ventilación pitaban constantemente.
Fueron casi dos largos meses de estancia y sufrimiento en el hospital. Durante gran parte de ese tiempo, tan solo podíamos tocar su manita a través de la incubadora. Tuvo que pasar un mes para poderle coger en brazos, acariciarle, darle besos y abrazarle.
Vivimos momentos de incertidumbre constante, no sabíamos lo que iba a pasar, un día estaba bien por la mañana, a la tarde empeoraba… yo sentía un intenso dolor de cabeza a diario.
Un 9 de junio llegábamos a casa los tres juntos, y la puerta de su habitación que hasta entonces se había mantenido cerrada, se abrió.
Me costó un tiempo desengancharme a los monitores que indicaban el ritmo de respiraciones del bebé y confiar en que llegaba la calma tras la tormenta. Gracias a tanto amor que sentía mientras mi hijo iba creciendo con nosotros en casa, pude ver el arcoíris y rayos de esperanza.